BEBÉS DE LA EDAD DE PIEDRA EN LA ERA DE LA CONQUISTA ESPACIAL .


VIª Jornadas Internacionales de Lactancia, París, marzo 2005

James MacKenna (Estados Unidos) es profesor de antropología y también director del
Departamento de Antropología de la Universidad Notre Dame de Indiana. Su
investigación trata sobre el sueño ‘mamá-criatura’

Voy a exponer unos hechos que muestran por qué el contacto intenso y prolongado, el
sueño compartido (*) durante la noche y la lactancia, son tan importantes para la salud
materna e infantil. Voy a explicar por qué la lactancia y el sueño compartido durante la
noche constituyen un viejo mecanismo de adaptación, que sigue siendo perfectamente
eficaz, que regula la fisiología de la madre y de la criatura de manera beneficiosa. La
re-emergencia de la lactancia (la nueva moda en las sociedades occidentales) nos
permite recordar que la lactancia y el sueño compartido madre-bebé son
comportamientos que han evolucionado conjuntamente en tanto que componentes que
constituyen un mismo micro-entorno beneficioso, protector, favorable al desarrollo, que
palía la inmadurez del bebé (el volumen cerebral en el nacimiento es sólo el 25% del
adulto), al tiempo que le protege de los riesgos de un medio externo potencialmente
peligroso. Utilizo la noción de ‘entorno adaptado evolutivamente’ (¿? :
‘environnement d’adaptétude évolutionniste’) (según Bowlby), en el cual el sistema
nervioso central en pleno desarrollo de la criatura recién nacida y del bebé encuentran al
mismo tiempo su significado y su contexto, para mostrar que la ciencia occidental se ha
equivocado al pretender que los bebés humanos podían ser más independientes
fisiológicamente de sus madres de lo que en realidad son, habiendo hecho con
frecuencia, erróneamente, una definición científica de lo que deseábamos que fuesen los
bebés en lugar de lo que en realidad son.

En esta presentación os contaré las investigaciones que muestran que la madre y la
pequeña criatura humana se regulan la una a la otra fisiológicamente, y me referiré a los
datos obtenidos de primates no humanos que nos pueden permitir predecir esta relación;
voy a explicar los datos que hemos recogido en nuestro laboratorio de sueño, que
ilustran la importancia de las relaciones biológicas y comportamentales que existen
entre el sueño compartido durante la noche por la madre y la criatura, y la lactancia.
Además voy a presentar datos sobre la seguridad del sueño de la criatura, sobre las
relaciones entre la Muerte Súbita Neonatal (MSN) y la lactancia, y la MSN y el
colecho (o práctica de dormir madre y criatura en la misma cama), y sobre las diversas
modalidades de regular el sueño (arquitectura del sueño, nivel de vigilia, ritmo cardíaco,
posturas para dormir, orientaciones de la madre y de la criatura, así como de la
frecuencia y duración de las tetadas) que están asociadas a una determinada organizacón
del sueño que permite el que la madre y la criatura estén próximas la una a la otra.
Veremos las razones por las que se puede decir que los profesionales de la pediatría y
los especialistas en MSN sustituyen unas ideologías sociales por la evidencia empírica,
y sus propias preferencias por las preferencias de las madres y de los padres, colocando

(*) Se ha respetado la traducción literal del francés ‘sommeil partagé’, aunque en
castellano usamos el concepto de ‘colecho’ para describir esta práctica.


a estos últimos en una situación de tener que defender legalmente su derecho a dormir
con sus criaturas, puesto que están dando recomendaciones erróneas contra toda forma
de colecho sin ninguna base válida. Veremos a continuación como se pueden conciliar
estos diversos puntos de vista, respetar las necesidades fisiológicas de las criaturas,
asegurando unas condiciones seguras de sueño.


LA LACTANCIA Y EL SUEÑO COMPARTIDO:
UNAS PRÁCTICAS ANCESTRALES QUE SIGUEN SIENDO UTILES.


Con el fin de valorar y de comprender mejor lo que constituye el entorno óptimo para
los bebés humanos y sus madres, un entorno que reduzca el riesgo para la criatura de
muerte por MSN o por cualquier otra causa, es preciso utilizar unos términos muy
precisos para referirnos a los medios con los que podemos satisfacer las necesidades
biológicas del bebé Estas necesidades son en resumidas cuentas, una lactancia
totalmente a demanda, y un contacto físico tanto durante la noche como durante el día.
Quizá nunca haya habido una noción más exacta que la que dió Winnicott hace ya
bastantes años: ‘Un bebé sólo, eso no existe; lo que existe es un bebé con alguien’.


El sueño compartido -el hecho de que madre y criatura duerman la una junto a la otraconstituye
el contexto evolutivo del desarrollo del sueño en el bebé. Hasta muy
recientemente, para las criaturas recién nacidas, era un pre-requisito para su
supervivencia. Sigue siéndole para la mayoría de los pueblos contemporáneos excepto
para la población occidental industrializada. En la medida en que el cuerpo del bebé
humano continúa estando adaptado únicamente al cuerpo de la madre, el sueño
compartido con las tetadas nocturnas sigue siendo importante desde el punto de vista
clínico, y puede potencialmente salvarle la vida.


Esto está ligado al hecho de que los humanos son los mamíferos que nacen más
profundamente inmaduros (el cerebro del bebé sólo es un 25% de lo que será su
volumen adulto), su desarrollo es el más lento, y es el más dependiente durante un
periodo de tiempo más largo, en lo que se refiere a sus necesidades nutricionales,
sociales, emocionales, y a la necesidad de ser transportado. De hecho, llevar, cuidar, o
acariciar a un bebé, emitir un olor y respirar a su lado, induce en el bebé un aumento de
su temperatura, una baja en la duración de su llanto, una variabilidad más importante del
ritmo cardíaco, menos apneas, un nivel de stress más bajo, un mayor almacenamiento de
glucosa, y un mejor crecimiento cotidiano (1).


Además, en la medida en que la leche humana es relativamente pobre en grasas y en
proteínas, y que es relativamente rica en azúcares que se metabolizan rápidamente, y en
la medida en que la criatura humana es incapaz de moverse por sí misma, necesita de
contacto y de ser llevado de manera continua, con tetadas frecuentes noche y día. En
consecuencia, todo estudio que tenga por objetivo comprender los ritmos ‘normales’ del
sueño de la criatura humana, y que no tenga en cuenta el rol vital del contacto nocturno
en forma de lactancia y de proximidad de la madre, debe considerarse inadecuado,
engañoso y/o fundamentalmente sesgado. (2)



EL SUEÑO COMPARTIDO:
LA IMPORTANCIA DE LAS DIFERENCIACIONES TAXONÓMICAS


Lo esencial de la controversia entorno a la cuestión de si es o no seguro el sueño
compartido madre-criatura, está en la manera en que los autores lo definen y lo
conceptualizan. El sueño compartido no es como lo supone la Comisión estadounidense
de Seguridad de los Productos de Consumo (Consumer Products Safety Commissión CPSC)
una práctica única y homogénea. Es más bien un término genérico que recubre
un cierto número de formas de organizar el sueño, que incluye diversas prácticas
diferentes, y cada una de ellas requeriría su propia descripción y tomar en cuenta sus
características específicas antes de empezar a debatir sobre su seguridad y sus
consecuencias.


Un entorno seguro para el sueño compartido debe permitir que el bebé perciba y
responda a las señales y manifestaciones de la persona que le cuida, tales como el olor
de su madre, el sonido de su respiración, sus movimientos, su voz dirigida a la criatura,
las invitaciones a mamar, las caricias, y todo estímulo sensorial sutil, sea o no
intencionado (3). Además, para poder definir un entorno físico y social de sueño
compartido como seguro, hace falta la implicación de una persona activa y motivada
que ha escogido practicarlo específicamente para cuidar, nutrir y estar próxima a la
criatura, con el fin de cuidarla o de protegerla.


El entorno de sueño compartido debe también estar cuidadosamente concebido con el
fin de evitar factores de riesgo constatados en estudios epidemiológicos (4). Las
prácticas de sueño compartido peligrosas son por ejemplo dormir en una butaca o en un
sofá, el dormir con una madre que fuma, o el colocar al bebé junto a un niño o una niña
mayor. Las madres y los padres, o la persona que se ocupe de la criatura, constituirán
un entorno peligroso para compartir el sueño si están anestesiados por las drogas o por
el alcohol. Otros entornos peligrosos son el que la criatura duerma con una persona
obesa, sobre colchones blandos, o en la cama con el padre o la madre cerca de una gran
almohada. (5, 6, 7).


Todas las formas de compartir cama son ejemplos de sueño compartido, pero el
compartir la cama de los padres es sólo una de las numerosas formas de la práctica del
sueño compartido en el mundo. Por ejemplo, ciertos padres de América Latina, de
Filipinas o de Vietnam duermen con sus hijos e hijas en hamacas, o bien colocan al
bebé en una hamaca cerca de ellos, mientras que duermen sobre jergones o sobre una
cama. Ciertos padres meten a la criatura en un cesto de juncos que colocan sobre su
cama, entre ambos. Otros padres duermen junto a su bebé en jergones de bambú o de
paja, o sobre futones (como en Japón). Otros tienen a la criatura en su cuarto, y el bebé
duerme en una superficie diferente, como una cuna o una cama pequeña pegada junto a
la cama de los padres


COMPARTIR EL SUEÑO NO HA PERDIDO SU UTILIDAD BIOLÓGICA


Aunque las prácticas del sueño infantil varían considerablemente de una cultura a otra,
el impacto físico regulador potencialmente beneficioso del contacto de la madre con la
criatura durante el sueño, es el mismo. La temperatura de la criatura puede bajar hasta
un grado cuando se le quita del vientre de su madre después del nacimiento, incluso
aunque se la coloque en una incubadora cuya temperatura está regulada para que sea



igual a la del cuerpo de la madre (8). Richard ha constatado que los bebés de entre 11 y
16 semanas tenían una temperatura axilar cuando dormían solos más baja que cuando
compartían la cama de su madre (9). Thomas y Graham descubrieron que si se colocaba
un peluche provisto de un dispositivo que le hacía ‘respirar’, junto a recién nacidos que
sufrían apneas, el riesgo de apnea podía disminuir hasta un 60 % (10). Además,
cuando permanecían apegados al pecho de su madre (o de su padre) en contacto piel con
piel, tanto los prematuros como los nacidos a término, respiraban de manera más
regular, utilizaban más eficazmente la energía, crecían más deprisa, y experimentaban
un nivel de estrés más bajo (11, 12, 13).

EL RESULTADO CLINICO DEPENDE DE LA MANERA EN QUE SE PRACTICA
EL SUEÑO COMPARTIDO.

El hecho de que el sueño compartido pueda ser beneficioso o peligroso para la criatura,
está en función del entorno social y físico (las circunstancias familiares) en las cuales se
practica. Por esta razón no hay un único resultado asociado a las diversas formas de
sueño compartido, particularmente en las culturas occidentales; por ello hay tanto
debate en torno a la inocuidad del sueño compartido, y muy en particular sobre si la
criatura debe o no dormir en la cama de los padres.

Por ejemplo, en las sociedades occidentales industrializadas, entre las familias de nivel
económico medio y alto, se constatan la práctica de la lactancia y del sueño compartido
en la cama de la madre y del padre, sobre todo si las mujeres no son fumadoras; la
mortalidad infantil, incluida la MSN, es baja. El estudio internacional más reciente
sobre las prácticas de atención a la infancia en relación con el riesgo de MSN, llevado a
cabo por el SIDS TASK FORCE, ha demostrado de manera indiscutible que la
prevalencia de la MSN era tanto más baja cuanto más alta era la prevalencia del sueño
compartido y del colecho.

En la más reciente conferencia internacional sobre el MSN en Auckland, Nueva
Zelanda, Sankaran et al presentaron unos datos recogidos en Saskatchewan (Canadá)
que muestran que allí donde se practicaba la lactancia y diversas formas de sueño
compartido, el número de muertes por MSN descendía (14). Estos resultados
concuerdan con los de un estudio sud-africano que indica que los bebés que comparten
la cama con sus padres tiene una tasa de supervivencia más alta que los bebés que
duermen solos (15).

En Hong Kong, donde el sueño compartido es la norma, la prevalencia de MSN es la
más baja del mundo (16,17). Lo mismo se puede constatar en Japón, donde la tasa no
solo de MSN sino en general de mortandad infantil se encuentra entre las más bajas del
mundo, según un informe de la SIDS Family Organization del Japón, publicado en
1999. Además, la prevalencia del tabaquismo ha descendido en un periodo de 4 años,
mientras que la de la lactancia, la del sueño compartido y la del sueño del bebé cargado
en las espaldas, ha aumentado; la tasa de MSN ha descendido, lo contrario de lo que
supuestamente tendría que haber ocurrido, visto el aumento del número de criaturas que
duermen en la cama con sus padres.

En numerosos países asiáticos, en los que el sueño compartido es la norma, tales como
China, Vietnam, Camboya y Tailandia, la MSN, o bien es desconocida, o bien es muy
rara (19, 20, 21). En un estudio realizado en Australia, se habló con una madre


vietnamita sobre la MSN, que era desconocida para ella. Ella dijo que “la costumbre de
estar siempre con la criatura debe prevenir esta enfermedad. Cuando se duerme con la
criatura, siempre se duerme ligeramente. Se da una cuenta si su respiración cambia...
no se debería dejar nunca solos a los bebés”. Otra madre vietnamita añadió: ”los bebés
son algo demasiado importante para dejarles solos sin nadie que les vigile.” (20).

De las 40 madres interrogadas por Elisabeth Wilson, una investigadora especializada en
el estudio de la MSN, en el hospital universitario de Guagzho, más del 66% dijeron
que tenían la intención de meter el bebé en la cama conyugal por las noches, y el resto
había previsto poner el bebé a dormir junto a su cama. El conjunto de ellas estaban de
acuerdo en que el bebé “era demasiado pequeño para dormir solo”, y que el dormir
juntos “hacía feliz al bebé” (23). En cambio, entre la población urbana occidental, se
asocia el dormir juntos con un riesgo más elevado para la criatura, en particular, aunque
no exclusivamente, si se realiza en asociación con el tabaquismo en la madre, consumo
de alcohol o de drogas, o bien, con un modo de vida caótico, falta de educación y de
información, con la colocación del bebé boca abajo y otros factores de riesgo (24). Por
ejemplo, el número de fallecidos ligados al colecho (que a menudo, en los datos del
CPSC, incluyen los bebés fallecidos mientras dormían en un sofá) es excepcionalmente
alto en Estados Unidos, entre mujeres afro-americanas pobres que viven en grandes
ciudades como Chicago, Cleveland, Washington y Saint-Louis, ciudades de donde
provienen los datos utilizados para promulgar las recomendaciones que refutan la
inocuidad del sueño compartido, sean cuales sean las circunstacias (25, 26). Además,
los estudios epidemiológicos interculturales han demostrado ampliamente que en los
grupos económicamente desfavorecidos de origen indígena, tales como los Maoris de
Nueva Zelanda, los Aborígenes de Australia, los Cree de Canadá y los Aleuts de
Alaska, el sueño de las criaturas en la cama conyugal y otras formas de sueño
compartido, pueden también estar asociadas a un riesgo más alto para la criatura, y a un
aumento de la mortalidad infantil (27, 28).

La SIDS Task Force tiene en cuenta estas diferencias a la hora de determinar las
consecuencias de que la criatura duerma en la cama de sus padres, de una manera que
concuerda con mi punto de vista personal, a saber, destacando factores tales como el
tabaquismo de los padres, el uso de drogas y del alcohol, que el bebé duerma boca abajo

o sobre un colchón blando, o el dejar al bebé dormir sólo en una cama de adulto si
existen huecos entre el colchón y los bordes de la cama, o entre el colchón y la pared u
otro mueble, el hecho de que los muebles sean peligrosos o estén colocados de manera
peligrosa, que el bebé duerma junto a otros niños o niñas mayores, o bien en un sofá con
un adulto o adulta obesa.
Sería preferible quizá definir los factores que guardan relación con la práctica de dormir
en la cama de la madre y del padre, según el continuum de ventajas-inconvenientes. Por
ejemplo, si la madre decide llevarse al bebé a su cama con el fin de darle calor maternal
y de mamar, y si está informada de las medidas de seguridad que debe tomar (como
utilizar un colchón duro, no cubrir demasiado al bebé, acostar al bebé bocarriba (contra
su espalda), etc.), entonces podemos esperar que el sueño de la criatura en la cama de la
madre y del padre tenga un impacto protector y produzca un descenso en el riesgo de
MSN. Pero si el que la criatura duerma en la cama de la madres y del padre, no se ha
sido decidido como una forma de maternaje, sino que se ha producido como una
necesidad porque no tenían ningún otro lugar donde colocar a la criatura, si la madre
fuma, se droga, y si hay otro niño o niña que también duerme en la cama y un adulto o


adulta no se coloca entre el bebé y el otro niño o niña , se puede predecir un aumento
del riesgo de MSN o de asfixia.

LA CRIATURA QUE DUERME SOLA: UNA NOVEDAD HISTORICA

Las emociones, configuradas por una selección natural y controladas por el sistema
límbico del cerebro, hace que pequeñas criaturas, niños y niñas protesten llorando,
cuando duermen separadas de sus padres-madres. Estas emociones son
indiscutiblemente el resultado de una evolución destinada a limitar los riesgos unidos a
lo que ha sido, a lo largo de toda nuestra evolución, una situación de riesgo vital: la
separación de la persona que nos asegura los cuidados (29).

En estos últimos decenios, las estrategias occidentales del cuidado de las criaturas han
dado una valoración positiva a la autonomía precoz de los bebés. Los profesionales de
la salud han propagado el que los padres y las madres tenían que poner a dormir a los
bebés solos toda la noche, y con las menos intervenciones posibles de los padres o
madres, incluido las menos tetadas posibles (según algunos de los que se dedican a dar
consejos, cuantas menos tetadas, mejor –30-31). Ciertos profesionales de la salud
animan a los padres y madres a ‘acostumbrar’ a sus criaturas a ‘dormirse solas’. Los
consejeros pediátricos en materia de sueño dicen que no se debería permitir jamás que
un bebé se durmiera tomando el pecho o en brazos de su madre, a pesar de que estas
son precisamente las situaciones en las que los bebés se suelen dormir. Muchos padres
y muchas madres pueden dar testimonio de que se trata de un consejo que se presenta
muy difícil de seguir.

El miedo exagerado de asfixiar al bebé durmiendo con él, pudiera estar, en parte, unido
a la historia de la cultura occidental. Durante los últimos 500 años, numerosas madres
muy pobres de París, Bruselas, Munich, Londres (por no citar más que algunas
ciudades) reconocían en confesión a los sacerdotes católicos, que habían matado a su
bebe, tumbándose encima de él, con el fin de limitar el número de hijos/as. Los
sacerdotes reaccionaron con la excomunión, con sanciones y prisión, y también
prohibiendo que la criatura durmiera en la cama de la madre y del padre (32, 33).

Esta herencia histórica específica del mundo occidental se ha producido probablemente
en convergencia con otras modificaciones de las normas morales y de las costumbres
sociales, con una determinada valoración de la intimidad, de la autonomía y del
individualismo, poniendo las bases filosóficas de las creencias culturales que nos llevan
a que nos resulte más fácil percibir los peligros asociados al colecho que a constatar (o
imaginar) sus numerosos beneficios. La diseminación por toda Europa de la idea del
amor romántico, asociada a la importancia de la relación marido-mujer, también ha
podido favorecer el que la criatura duerma en una habitación separada. La separación
física, y en particular la separación del padre de las criaturas, también se ha considerado
como un medio de aumentar la capacidad del padre de impartir la instrucción religiosa o
para asumir la autoridad moral.


SUEÑO COMPARTIDO Y SUEÑO SOLITARIO: LOS EFECTOS EN LAS
CRIATURAS

Como ya he indicado, los primeros estudios publicados sobre poblaciones que duermen
con sus criaturas, contradicen las convicciones occidentales convencionales, según las
cuales el sueño compartido tiene consecuencias nefastas más adelante en la vida,
psicológicas, emocionales y sociales. (34, 35, 36). Un estudio transversal reciente
efectuado en criaturas inglesas, pertenecientes a una clase socioeconómica media, ha
demostrado que había una mayor proporción de criaturas que no habían dormido nunca
en la cama de los padres que eran consideradas por éstos y por sus maestras-os, más
difíciles de controlar’, ‘menos felices’ y ‘más caprichosas’. Las criaturas que nunca
habían sido autorizadas a dormir en la cama conyugal, también tenían más miedos que
las que sí habían dormido en la cama conyugal (37)

Hay otras constataciones que también están a favor de las ventajas del colecho sobre el
sueño solitario. Un estudio realizado sobre estudiantes ha constatado que los chicos que
habían dormido con sus padres-madres desde el nacimiento hasta los 5 años, tenían una
imagen de ellos mismos significativamente mejor, manifestaban menos sentimientos de
culpa y menos ansiedad, y tenían relaciones sexuales más frecuentes. Los chicos que
habían compartido el sueño entre los 6 y los 11 años también tenían una mejor imagen
de sí mismos. En las chicas, el sueño compartido durante la infancia estaba asociado a
un nivel más bajo de malestar ante el contacto físico y en las manifestaciones de afecto
en la edad adulta (38). Otro estudio concluía que las mujeres que habían tenido el sueño
compartido durante su infancia tenían también una mejor imagen de sí mismas que las
que no lo habían tenido (39). Indiscutiblemente, compartir el sueño parece que favorece
la confianza en un@ mism@ y la intimidad, quizá porque refleja una actitud de
aceptación por parte de los padres y madres.

Un estudio realizado en 86 niños y niñas, que vivían en una base militar ha demostrado
que l@s que compartían el sueño tenían mejor comportamiento desde el punto de vista
de su profesores que l@s que dormían sol@s, y que la proporción que necesitaba
atención psiquiátrica era menor que la de l@s que dormían sol@s. Los autores
concluían: “Contrariamente a lo esperado, los niños y niñas que no habían tenido
necesidad de atención profesional por problemas emocionales o de conducta, habían
compartido el sueño con una mayor frecuencia que los niños y niñas que habían
necesitado atención psiquiátrica y cuyos padres-madres tenían un nivel menos bueno de
adaptación. Las mismas constataciones se han hecho con un grupo de niños en una
situación que podemos calificar de ‘edípica’ (niños de 3 años y más que dormían con la
madre en ausencia del padre), constataciones totalmente opuestas a las concepciones
psicoanalíticas tradicionales” (40).

El estudio de mayor amplitud y probablemente el más metódico, llevado a cabo sobre
1400 personas pertenecientes a 5 grupos étnicos residentes en Chicago y Nueva York,
ha constatado que el sueño compartido durante la infancia, tenía en la edad adulta
muchas más consecuencias favorables que negativas. Los resultados eran los mismos
para casi todos los grupos étnicos (afro-americanos, portorriqueños residentes en Nueva
York, portorriqueños, dominicanos y mexicanos residentes en Chicago). Una
constatación particularmente evidente en todos los grupos étnicos, era que el sueño
compartido daba como resultado un sentimiento de satisfacción más grande ante la vida.
(41).


ESTUDIOS PSICOLÓGICOS EN LAS DÍADAS MADRE-CRIATURA

Un estudio llevado a cabo en la Escuela de Medicina Irvine de California, ha
cuantificado las diferencias en el comportamiento y en la fisiología del sueño en 70
madres de origen hispano y en sus hijos e hijas. Se efectuaron más de 200 registros
polisomnográficos de 8 horas de duración en madres e hijos-hijas mientras dormían en
la misma cama, o en dos habitaciones separadas durante 3 noches consecutivas.
Comparamos en particular cómo el entorno del sueño solitario y del sueño compartido
afectaba a dos categorías de díadas madre-criatura: las que tenían el hábito del sueño
compartido y las que tenían la costumbre de dormir separadas.

Cada díada pasó dos noches (determinadas por un sorteo al azar) durmiendo según su
hábito, y una noche durmiendo de la manera diferente; las madres que tenían el hábito
de dormir con su criatura durmieron en una habitación separada, y las madres que tenían
la costumbre de dejar a la criatura dormir sola durmieron con ella. Todas las madres así
como las criaturas estaban en buena salud y alimentadas con lactancia prácticamente
exclusiva. Las criaturas tenían entre 11 y 15 semanas (edad en la que el riesgo de MSN
es más elevado).

Encontramos que compartir la cama duplicaba la frecuencia de las tetadas nocturnas, y
triplicaba el tiempo que la criatura estaba al pecho. El colecho también estaba asociado
a un periodo de tiempo más corto entre tetada y tetada. En las 70 criaturas alimentadas
con lactancia materna casi exclusiva, constatamos que el intervalo entre dos tetadas era
de alrededor de una hora y media en el grupo que practicaba el colecho, es decir, la
duración aproximada del ciclo del sueño de la madre (de un adulto o adulta). Esto
quiere decir que las necesidades nutricionales de las criaturas y su ciclo alimentario,
cuando se comparte el sueño, es correlativo con la duración media de los ciclos
‘ultradians’ del sueño (90-120 m.) de una persona adulta, una correlación que no se
había observado ni planteado nunca hasta entonces. Cuando dormían en habitaciones
separadas (pero lo suficientemente cerca para poder oír de una habitación a la otra) el
intervalo entre las tetadas era casi el doble de largo (42).

La posición de dormir boca arriba (de espaldas) es la posición universal para los bebés,
específicamente concebida para facilitar y favorecer las tetadas nocturnas. De hecho
nuestros estudios constataron que sin haber dado instrucciones al respecto, las madres
que tenían la costumbre de dormir con sus criaturas, prácticamente todas las acostaban
boca arriba, probablemente porque es difícil, si no imposible, dar de mamar a una
criatura echada boca abajo (sobre el vientre). Según los vídeos tomados en infrarrojos,
de madres que dormían con sus criaturas, parece que la posición boca arriba de éstas
maximiza su capacidad de controlar su micro-entorno, y en particular su capacidad de
provocar las tetadas (43, 44). Además de permitir el movimiento de la criatura para
acercarse o alejarse del pecho, el hecho de dormir boca arriba le permite quitarse una
manta que le cubra la cara, girar la cabeza hacia su madre o hacia el otro lado, tocarse la
cara, despejarse la nariz, chuparse el dedo gordo o los otros sin demasiado esfuerzo, y
emitir sonidos que puedan despertar a la madre, quien entonces, a menudo, le ofrecerá
el pecho.

Nuestro estudio nos permite también pensar que la postura boca arriba, en el contexto
de la lactancia materna y del colecho, maximiza las oportunidades del bebé de percibir


los movimientos, los sonidos, el contacto de la madre, y viceversa (45, 46, 47), de
responder a los mismos en sincronía con ella. La postura boca arriba favorece una
comunicación fácil y constante entre la madre y la criatura, lo que refuerza la confianza
y la atracción mutuas (un pre-requisito para el buen desarrollo de la criatura); además,
puede estimular a la criatura, por medio de los estímulos olfativos, e inducir el deseo de
mamar más a menudo, y por lo tanto mantener bloqueada la ovulación de la madre.
Esta es otra razón para contemplar la relación madre-criatura no solo en términos de
regulación de la criatura por su madre, sino más bien como la manera para la madre y la
criatura de regular recíprocamente sus fisiologías, incluido el status reproductivo de la
madre.

El aumento de la frecuencia de las tetadas que acompaña al sueño de la criatura en la
cama de la madre y del padre, permite plantearse la hipótesis de una protección más
eficaz del bebé frente a las bacterias y a los virus potencialmente peligrosos. En la
medida en que compartir el sueño, en el contexto de la lactancia materna, favorece el
sueño de la criatura boca arriba, uno de los principales factores de protección frente a la
MSN, estimamos que la combinación de la lactancia materna con el sueño compartido
es la base de unas ventajas significativas para las criaturas y sus madres no fumadoras,
entre las que se incluye un descenso del riesgo de MSN. De hecho, desde el comienzo
en 1992 de las campañas para que el bebé duerma boca arriba, lo que en gran parte e
incontestablemente es la causa del descenso de la frecuencia de MSN, la tasa de
lactancia materna ha aumentado. Si como indican los estudios, la lactancia materna
propicia la opción del colecho, y si ahora más padres que nunca duermen con su bebé en
nuestros países, entonces quizá estas prácticas también han contribuido a la reducción
de la tasa de MSN desde 1992. Muchas madres que dan de mamar no fuman, y tienen
acceso a la información sobre las conductas seguras para compartir el sueño con el
bebé. En consecuencia, la situación actual con una tasa de lactancia materna en alza, un
porcentaje importante de criaturas que duermen boca arriba, un descenso del
tabaquismo en las mujeres, y con buenos hábitos de sueño compartido, puede
compararse con la situación de Japón antes expuesta.

PROBLEMAS DE SUEÑO PADRES-MADRES/CRIATURAS

En la medida en que la biología del sueño de las criaturas cambia mucho menos deprisa
que los valores culturales, puede que el entorno óptimo del sueño de las criaturas no sea
el propiciado por nuestra cultura. Además, las estrategias y las prácticas de compartir el
sueño que normalmente se aceptan para las criaturas, pueden ser correctas para unas y
no serlo para otras. Algunas familias aplican a su propia criatura unas normas
establecidas para criaturas alimentadas con leche industrial y que duermen solas,
aunque no sean las apropiadas, lo cual lleva a los padres-madres a pensar que o bien
son ell@s incompetentes en tanto que padres-madres, o bien que su criatura no es
cooperativa.

Irónicamente, es exactamente lo que he descrito lo que sucede en países industrializados
tales como los USA o Gran Bretaña y Australia, en donde hasta 1 de cada 3 criaturas,
por otro lado en buena salud, tiene problemas para dormirse o para permanecer
dormida, después de haber sido obligada a dormir sola (48). Este alto porcentaje, más
que un problema de los padres-madres o de la criatura, probablemente refleja sobre todo
nuestra exagerada confianza en la validez de nuestras definiciones y de nuestras
expectativas en lo que respecta a la manera en que las criaturas deben dormir, y la
rigidez con la que los padres-madres interpretan y aplican los mensajes ofrecidos por los
profesionales de la salud.

Indiscutiblemente, el nivel de rigidez de los padres-madres, en lo que concierne la
manera en que deben dormir la criaturas, permite predecir la posibilidad de que
aparezcan trastornos en el sueño del bebé o del niño o niña: cuanto más rígidas son las
expectativas, más padres-madres tenderán a quejarse de problemas de sueño en su hijo o
hija (49). Despertarse por la noche es sólo un problema para los padres-madres que
esperan que su criatura duerma durante toda la noche.

Ha sido solo a partir del siglo XX básicamente, y en un número relativamente pequeño
de culturas, que l@s padres-madres y l@s profesionales de la salud se han empezado a
preocupar por la manera en que habría que hacer dormir a las criaturas. Y son solo las
culturas occidentales las que ‘enseñan’ a dormir a l@s bebés, y a hacerlo sol@s y sin
contacto con l@s padres-madres. La mayoría de las culturas dejan simplemente que la
criatura duerma cuando tiene ganas de hacerlo.

LOS SESGOS CULTURALES Y CIENTÍFICOS
CONTRA EL SUEÑO COMPARTIDO


Ha sido fácil para las instancias oficiales, sacar la conclusión de que no merecía la pena
resolver los problemas asociados al sueño compartido, en parte debido a las
particularidades culturales e históricas propias de nuestras sociedades. En los libros
sobre el cuidado de las criaturas dirigidos al gran público, en las revistas para padresmadres,
el sueño compartido se trata, bien sea como un concepto homogéneo, o bien
ignorándolo totalmente, o bien presentando unicamente los inevitables ‘problemas’ que
pueden sobrevenir, en particular el peligro de asfixiarlas. A veces, el sueño compartido
se desaconseja abiertamente. Otras veces el discurso es más sutil. Las razones más
frecuentemente aducidas para recomendar que la criatura duerma en una habitación
separada son la salvaguarda del matrimonio, la promoción de una mayor autonomía y de
un mayor individualismo en la criatura, el hecho de evitar el incesto o la asfixia, la
promoción de una mejor inserción social de la criatura, y el reforzamiento de la
identidad sexual.

En general, cuando se identifica un problema o un riesgo potencial unido al sueño
compartido, en lugar de considerarlo como un problema a resolver, se convierte en un
argumento en contra de su práctica, como si todas las familias que comparten el sueño
tuviesen los mismos problemas. Además, los problemas asociados al sueño compartido
se presentan como si no pudieran ser resueltos de las misma manera en que se pueden
resolver, por ejemplo, los problemas asociados al sueño solitario.

En toda la literatura, el sueño compartido se describe como una causa de discordia entre
los cónyuges, a pesar de que los datos de Suecia lo refutan (50). También se le acusa de
causar celos entre hermanos y hermanas; si es posible que esto sea verdad,
probablemente sólo sea una de sus causas. Se pone en guardia a los padres de que el
sueño compartido crea ‘una mala costumbre’ que será ‘difícil de quitar’. Se acusa al
sueño compartido de perturbar a la criatura en el plano emocional o sexual, o de inducir
una sobre-estimulación: ‘el hecho de que duerma en vuestra cama, más que relajarla y
darle seguridad, va a hacer que la criatura se sienta confundida y ansiosa. Incluso la


experiencia repetida puede ser para algún niño o niña sobre-estimulante’ (51). Pero no
se presenta ningún dato para demostrar cómo, cuándo y en qué circunstancias esto
ocurre; ni ningún reconocimiento al hecho de que quizá la infra-estimulación podría
constituir un problema clínico y psicológico más grave.

Se dice que la criatura necesita dormir sola con el fin de adquirir buenos hábitos de
sueño, y de aprender a reconfortarse sola, cosas que se presupone que favorecen la
autonomía y un fuerte sentimiento de identidad sexual, ambas cosas consideradas
‘valores morales’. De nuevo no existe ninguna prueba que sostenga estas afirmaciones;
de hecho, muchos estudios prueban lo contrario. Cuando el sueño compartido
sobreviene en un contexto de relaciones sociales sanas, l@s bebés y los niños y niñas
que se benefician del mismo son más, y no menos, independientes; cuando crecen,
tienen un sentimiento más fuerte, y no más débil, de su identidad sexual, y son capaces
de sobrellevar mejor el stress.

Los paradigmas científicos no cambian ni fácil ni rápidamente. El concepto del sueño
compartido entre madres-padres y criaturas no es fácil de asimilar por personas que han
pasado su vida científica a hacer estudios basados en la normalidad del sueño solitario
de la criatura, aceptando sin discusión las consecuencias supuestamente nefastas del
sueño compartido. Es probable que pocos investigador@s, pocos clínic@s y pocos
padres y madres hayan experimentado la costumbre de dormir con sus propios padres y
madres, factor éste susceptible de tener un importante impacto en su percepción de esta
práctica. Es posible que se empiecen a evaluar diferentes prácticas de cuidado de las
criaturas, incluida la del sueño compartido, solo gracias a las poblaciones emigrantes de
los países occidentales. De hecho, según los datos demográficos actuales, podemos
decir que la cuestión no es saber si el paradigma va a cambiar, sino cuándo va a
cambiar.

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

La gran mayoría de estudios científicos llevados a cabo sobre distintos aspectos del
comportamiento y del desarrollo de las criaturas, durante los últimos cien años,
permiten pensar que la cuestión principal a la que hay que dar una respuesta no es

‘¿Es bueno que duerma con mi bebé?’ sino más bien ‘¿es bueno no hacerlo?’ Una
lectura objetiva de los datos recogidos por el CPSC nos lleva a una conclusión muy
diferente de lo que habitualmente se dice: ninguna criatura debería dormir lejos de la
supervisión y la compañía de una persona adulta y responsable.

Esta cuestión es demasiado compleja para que sea posible recomendar a todas las
familias que compartan la cama con sus bebés; seguirá siendo necesario llevar
campañas de información al menos sobre la manera en que la criatura debe ser
colocada, preferentemente al alcance de los brazos, sobre una superficie diferente, junto
a una persona adulta y responsable. El simple hecho de que las criaturas duerman en la
habitación de los padres-madres es suficiente para dividir por cuatro el riesgo de MSN,
según el mayor estudio epidemiológico jamás emprendido (52).

Hay que recordar que hasta muy recientemente, el amamantamiento nocturno y el sueño
compartido madre-bebé funcionaban conjuntamente y en todas las sociedades, y que
estas dos prácticas siguen siendo inevitables e indisociables en la mayoría de los
pueblos incluidos un número cada vez más importante de padres-madres occidentales.


Cuando se practica en buenas condiciones, el sueño compartido ( sea o no la criatura
durmiendo en la misma cama del padre y de la madre) y la lactancia, representan un
sistema de cuidar a la criatura muy eficaz, adaptado e integrado, capaz de favorecer el
vínculo, la comunicación, la nutrición y la eficacia del sistema inmune de la criatura,
gracias a una mejor vigilancia de la madre y del padre, y al afecto mutuo que acompaña
estas prácticas. Además, el colecho y la lactancia materna contribuyen indirectamente a
la salud materna e infantil, al aumentar el intervalo entre dos nacimientos, lo cual hace
descender la competencia entre los miembros de la fatria en lo que respecta la
producción materna. L@s bebés que gozan del sueño compartido parecen más
satisfech@s que l@s que duermen (o intentan dormir) sol@s. Como consecuencia del
aumento de contacto con la madre y de la frecuencia de las tetadas, el llanto se reduce
significativamente, y contrariamente a lo que a menudo se piensa, la duración del sueño
de la madre y de la criatura puede aumentar. Con lo cual, se sustrae menos energía a
las tareas esenciales del bebé: el crecimiento y la defensa de las enfermedades
infecciosas.

D. Winnicot, un prestigioso psicoterapeuta pediátrico, dijo hace medio siglo: “un bebé
solo, eso no existe; existe el bebé y alguien más”. La lactancia y el dormir cerca de la
madre, al proporcionar una vigilancia amorosa y protectora, son quizá las prácticas del
cuidado de las criaturas que mejor expresan esta verdad. Por todas estas razones, ni las
agencias gubernamentales, ni las asociaciones de fabricantes de cunas, ni las
autoridades médicas, que en gran medida se han dejado llevar por sus preferencias
personales y sus ideologías científicas, no deberán nunca negar a las madres-padres y a
las criaturas lo que naturalmente desean hacer, que es dormir y alimentarse l@s un@s
junto a l@s otr@s.