Paul Kagamé: «Our Kind of Guy»
Por Edward Herman y David Peterson.
Voltairenet.org
Bill Clinton y «Our Kind of Guy», Paul Kagamé.
En 1955, un alto responsable de la administración Clinton se refirió al presidente indonesio Suharto, por entonces en visita oficial en Washington, utilizando la expresión «Our kind of guy» (que se puede traducir como: el tipo de gente que nos gusta, el tipo que nos cae bien) [1].
Estaba hablando de un dictador ávido y brutal, autor de dos genocidios –el primero en la propia Indonesia y el segundo en Timor Oriental– pero cuyos crímenes habían eliminado de su país la amenaza izquierdista, estaba hablando de un individuo que también había convertido Indonesia en un Estado cliente y en un aliado militarmente alineado con Occidente y que había abierto la puerta a los inversionistas extranjeros –por alta que fuera la comisión que cobraba por cada transacción de dichos inversionistas. Como la primera fase de aquel doble genocidio (1965-1966) [2] vino de perillas a los intereses estadounidenses en la región, Suharto contó naturalmente con el apoyo del establishment político y mediático estadounidense. Al día siguiente del baño de sangre, Robert McNamara calificó aquella drástica transformación del país como «los dividendos» de la inversión militar de Estados Unidos en la región [3].
Estaba hablando de un dictador ávido y brutal, autor de dos genocidios –el primero en la propia Indonesia y el segundo en Timor Oriental– pero cuyos crímenes habían eliminado de su país la amenaza izquierdista, estaba hablando de un individuo que también había convertido Indonesia en un Estado cliente y en un aliado militarmente alineado con Occidente y que había abierto la puerta a los inversionistas extranjeros –por alta que fuera la comisión que cobraba por cada transacción de dichos inversionistas. Como la primera fase de aquel doble genocidio (1965-1966) [2] vino de perillas a los intereses estadounidenses en la región, Suharto contó naturalmente con el apoyo del establishment político y mediático estadounidense. Al día siguiente del baño de sangre, Robert McNamara calificó aquella drástica transformación del país como «los dividendos» de la inversión militar de Estados Unidos en la región [3].
James Reston, del New York Times, saludó por su parte el ascenso de Suharto al poder escribiendo que «un aura radiante se alza sobre Asia» [4].
Resulta evidente que el presidente ruandés Paul Kagamé también es «Our kind of guy». Autor de un doble genocidio, al igual que Shuarto, Kagamé liberó Ruanda de cualquier amenaza social o democrática antes de alinearla firmemente al lado de Occidente, entregando así de paso el país a los inversionistas extranjeros. Posteriormente, y para maximizar aún más las ganancias, Kagamé facilitó el saqueo de los recursos del vecino Zaire, en 1979, y abrió oportunidades de inversión a sus propios asociados y a los inversionistas estadounidense o europeos en esa inmensa reserva de recursos minerales de África Central rebautizada como Republica Democrática del Congo (RDC) durante la primera guerra del Congo, 1996-1998.
Durante años, los medios de prensa occidentales han presentado a Kagamé como el salvador de Ruanda, como el hombre que supuestamente puso fin al genocidio de 1994 perpetrado contra su propia minoría étnica –los tutsis– por los hutus, la etnia mayoritaria en Ruanda [5].
Desde entonces, sus partidarios y él mismo siempre han venido presentando la invasión de Zaire-RDC por parte de las tropas del Frente Patriótico Ruandés (FPR) como resultado del legítimo deseo de perseguir sin descanso a los genocidas hutus que habían huido de Ruanda, motivados primero por el conflicto y después por la toma del poder por parte del propio Kagamé.
Esta excusa, que disidentes marginalizados consideran desde hace mucho una falacia, finalmente ha sido puesta públicamente en tela de juicio, e incluso ante el propio establishment, como resultado de una filtración publicada en la prensa [6], y posteriormente debido a la amplia difusión de un preinforme de la ONU dirigido al Alto Comisario de los Derechos Humanos [7].
Ese preinforme no sólo establece un inventario de los abusos masivos cometidos durante 10 años en la RDC sino que atribuye la responsabilidad de los más graves precisamente al FPR. «Nadie puede negar que realmente se cometieron masacres étnicas y que la mayoría de las víctimas fueron hutus de Burundi, de Ruanda y de Zaire», explica ese documento al citar los resultados de una investigación de la ONU realizada en 1997 (párrafo 510). Y cuando se contabilizan, «la escala a la que esos crímenes se cometieron y el gran número de víctimas» así como «la naturaleza sistemática de los ataques inventariados contra los hutus… en particular en Kivu Norte y en Kivu Sur… sugieren que hubo premeditación y que se siguió una metodología precisa» (párrafo 514).
En la sección dedicada al crimen de genocidio, el informe concluye: «Los ataques sistemáticos en casi todo el país… los cuales apuntaban a una cantidad muy grande de hutus de Ruanda y de miembros de las poblaciones civiles hutus, y dieron lugar a su exterminación, revelan un gran número de circunstancias agravantes que, si tuviesen que ser probados ante un tribunal competente, pudieran entonces ser calificados como crímenes de genocidio» (párrafo 517) [8]. Como explicaba Luc Cote, ex investigador y director de la oficina legal en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR): «Para mí, fue impresionante. Yo veía en el Congo una manera de proceder que ya había observado en Ruanda. Era lo mismo. Hay decenas y decenas de incidentes donde encontramos la misma manera de proceder. Se actuaba de forma sistemática.» [9]
Pero no era la primera vez que se denunciaban en la ONU las operaciones genocidas de Kagamé en Ruanda y en la RDC. Mucho antes de la investigación de 1997 anteriormente mencionada, la exposición de Robert Gersony ante la ONU, realizada en 1994 y cuya versión escrita se ha conservado, ya mencionaba «masacres sistemáticas durante largos periodos y persecuciones de poblaciones civiles hutus por parte del [FPR]» en el sur de Ruanda entre abril y agosto de 1994, así como «masacres indiscriminadas a gran escala, de hombres, mujeres y niños, incluyendo enfermos y viejos…»
En aquel informe, Gersony estimaba entre 5 000 y 10 000 el número de hutus exterminados mensualmente desde abril de 1994. «Resultaba que la gran mayoría de los hombres, mujeres y niños muertos en esas operaciones, eran asesinados únicamente porque la casualidad los hizo caer en manos del [FPR].» [10]
Es importante subrayar que, en aquel entonces, los miembros de aquella comisión decidieron clasificar el testimonio y las pruebas que aportaba el informe Gersony como «Confidencial» y ordenaron «que estuviera accesible únicamente para los miembros de la Comisión», quienes se apresuraron por cierto a enterrar inmediatamente sus conclusiones [11] –como lo prueba la carta del 11 de octubre de 1994 sobre el HCR, carta que el señor Francois Fouinat dirigió a la señora B. Molina-Abram de la Comisión de Expertos.
Entre los numerosos informes de la ONU sobre la RDC resulta particularmente interesante en el segundo informe de la serie elaborada por el Panel de Expertos de las Naciones Unidas sobre La explotación ilegal de los recursos naturales y otros tipos de riquezas en la República Democrática del Congo.
Los expertos de la ONU estimaban en ese informe que, hasta septiembre de 2002, en las 5 provincias del este del Congo se podían contabilizar unos 3,5 millones de muertos más [en comparación con lo normal en tiempo de paz], «consecuencia directa de la ocupación de la RDC por Ruanda y Uganda» (párrafo 96). Aquel informe rechazaba además la excusa de régimen de Kagamé que pretendía que mantener parte de sus tropas en el este del Congo se justificaba debido a la necesidad de defender Ruanda contra fuerzas hutus que sembraban el terror en las regiones fronterizas y amenazaban invadirlas.
En realidad, «el objetivo real a largo plazo era… «asegurar sus conquistas», respondía el informe (párrafo 66) [12]. A pesar de ello, y aunque nadie ordenó nunca suprimir aquel informe, cosa que sí sucedió con el de Gersony, los medios de prensa occidentales lo ocultaron totalmente. Sin embargo, 3,5 millones de muertos suplementarios sobrepasaban ampliamente el máximo de víctimas imputables a los presuntos autores del «genocidio de Ruanda» perpetrado en 1994.
Es evidente que el hecho de esconder aquel informe se debe a que el régimen de Kagamé es, primero que todo, un régimen cliente de Estados Unidos y a que sus sanguinarias operaciones en el Congo estaban en perfecta concordancia con la política estadounidense tendiente a abrir por la fuerza el país a los apetitos de los hombres de negocios y del sector minero de Estados Unidos y de Occidente. Al ser interrogado sobre las filtraciones de informaciones provenientes de aquel informe, Philip Crowley, asistente del secretario de Estado estadounidense, llegó a contestar lo siguiente: «Tenemos, en efecto, un particular vínculo con Ruanda, fuera de la trágica historia del genocidio y de otros sucesos de los años 1990. Ruanda desempeñó un papel constructivo en la región recientemente. Desempeñó un papel importante en gran número de misiones de la ONU. Tenemos interés en ayudar a las fuerzas armadas a profesionalizarse. Y hacemos los mayores esfuerzos en ese sentido en diferentes regiones del mundo. Así que hemos incluido a Ruanda» [13].
En aquel entonces, Crowley y su gente no se habían tomado realmente el trabajo de echar un vistazo al preinforme de la ONU. Pero por otro lado, Crowley tenía a su disposición todos los demás informes de la ONU sobre las masacres de civiles cometidas por Kagamé, tanto en Ruanda como en la RDC, que nunca dieron lugar a la menor reacción visible de parte de Estados Unidos ni de la ONU (fuera de los esfuerzos por ocultarlas ya mencionados en este trabajo). ¿Será posible que se haya saludado en esas masacres la honorable conducta de estas «fuerzas armadas profesionales», como sucedió con las profesionales fuerzas armadas de Suharto en Indonesia o con tantos otros militares de Sudamérica entrenados en Estados Unidos y que acababan de salir de la Escuela de las Américas? ¿Será posible que tales horrores no hayan sido otra cosa que «dividendos» y «un aura radiante» en África?
No es inútil señalar aquí que el primer artículo publicado en el New York Times –bajo la firma de Howard French– sobre el preinforme de la ONU trataba principalmente sobre lo difícil que resultaba hacer público aquel documento. Las primeras filtraciones aparecieron en Francia, en el diario Le Monde, y provenían del personal de la ONU que temía que las partes más criticadas fuesen simplemente eliminadas antes de su publicación. Ya por entonces la ONU había estimado necesario someter el mencionado preinforme al gobierno de Kagamé, para que presentara su propio punto de vista [14], y la violenta denuncia por este último de aquel documento «ultrajante» ocupaba –por supuesto– todo un párrafo en el artículo del New York Times. Como explica French, hacía 7 meses que diferentes dificultades venían impidiendo la publicación de aquel informe, debido a las objeciones de un gobierno «que goza desde hace tiempo del poderoso apoyo diplomático de Estados Unidos y de Gran Bretaña» [15].
Es evidente que los medios de prensa y el personal de la ONU se sintieron espoleados por el asombroso resultado del 193% de los votos que coronó la reelección de Kagamé el 9 de agosto de 2010, con el unánime apoyo de los hutus ruandeses, a cuyos compatriotas étnicos y primos estaba él exterminando en masa en la RDC. Esa reelección hizo el suficiente estruendo mediático como para traer nuevamente Ruanda a los primeros planos de la prensa internacional, aunque fuera por poco tiempo. Hasta la propia administración estadounidense dijo estar bastante «preocupada» por «lo que parece denotar de parte del gobierno ruandés una voluntad de limitar la libertad de expresión» [16], insistiendo en la necesidad urgente de reformas voluntarias.
Supongamos que las Naciones Unidas descubriesen alguna prueba tangible de que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ordenó masacrar a miles de hombres, mujeres y niños en un país vecino sin mostrar piedad por los viejos y los heridos. ¿Se imaginan ustedes a la ONU pidiendo entonces a Hugo Chávez su opinión sobre un preinforme de denuncia sobre sus actividades, y garantizándole además su apoyo por lo menos durante 7 meses, hasta que se produjera una filtración que acabara apareciendo en la prensa?
Es importante subrayar de paso que Howard French y los periodistas del diario francés Le Monde o de otros grandes medios de prensa occidentales nunca abordan el probable genocidio en la RDC sin justificarlo en cierta manera al relacionarlo sistemáticamente con el contexto del genocidio ruandés de 1994, cuando el supuesto salvador providencial Kagamé supuestamente puso fin a las masacres de tutsis organizadas por los hutus.
Como escribe French –de conformidad con la línea adoptada en Occidente– «en 1994, más de 800 000 personas, en su mayoría miembros de la etnia tutsi, fueron masacradas por los hutus» [17]. En este caso, como en la mayoría de los reportajes de los grandes medios de la prensa occidental, se nos dice que hubo un primer genocidio, el que cometieron los hutus contra los tutsis, al que ahora parece haber respondido posteriormente un segundo genocidio perpetrado por los tutsis contra los hutus.
Pero este supuesto contexto se basa enteramente en una monumental mentira del establishment sobre el primer genocidio. Y es evidente, si se analiza con más detenimiento, que la tremenda dificultad que hoy existe para dar a conocer la información sobre las enormes masacres que han ensangrentado la RDC está vinculada con esa mentira. En otras palabras, desde que Kagamé está al servicio de los intereses de Estados Unidos y de otras potencias imperiales de Occidente, para los dirigentes occidentales y los medios, la documentación sobre los crímenes que se le imputan à Kagamé no merece que se ocupen de ella. La verdad que Howard French y sus colegas no pueden reconocer es que el verdadero genocidio de 1994 también fue, fundamentalmente, obra de Paul Kagamé, quien gozó del apoyo de Bill Clinton, de los británicos, de los belgas, de la ONU y de los medios de prensa [18].
Aunque se mantiene en el poder principalmente por la fuerza, la hegemonía regional de Kagamé depende fundamentalmente del mito que lo proclama como el salvador de Ruanda [19].
El propio Kagamé ha convertido la «negación del genocidio» en un importante crimen. Al impedir así que se ponga en duda en Ruanda la versión oficial del «genocidio ruandés», toda persona que ponga en tela de juicio el poder de Kagamé puede ser acusada de «negación del genocidio» y de «divisionismo» y ser perseguida por crimen contra el Estado de Ruanda.
Es sobre esa base que el abogado estadounidense Peter Erlinder, abogado principal de la defensa en el TPIR, fue arrestado en mayo de 2010 a su llegada a Ruanda, donde estaba encargado de defender a Victoire Ingabire Umuhoza, candidata de un partido hutu de oposición, quien había sido encarcelada y se le había prohibido presentarse a las elecciones. Aunque Erlinder fue liberado en junio bajo fianza, su arresto y la represión sistemática contra los partidos de oposición y sus candidatos en vísperas de la elección de agosto resultaban bastante embarazosos para los defensores de la mítica imagen del salvador de Ruanda [20].
En cuanto al carácter mítico de esa versión oficial:
• Se admite comúnmente que el «elemento desencadenante» del primer genocidio fue el atentado que destruyó en vuelo el avión que traía de regreso a Kigali a los presidentes hutus de Ruanda y de Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Ntaryamira. Existe gran cantidad de pruebas que demuestran que aquel atentado fue organizado por Paul Kagamé.
Precisamente a esa conclusión llegó Michel Hourigan, el investigador comisionado por el TPIR que indagó sobre el tema en 1996 [21]. Pero el informe sobre su investigación que presentó a Louise Arbour fue desechado después de consulta con emisarios estadounidenses y durante los 13 años siguientes el TPIR se abstuvo de seguir investigando sobre aquel «elemento desencadenante».
¿Qué explicaría que el TPIR, instancia creada por un Consejo de Seguridad ampliamente dominado por Estados Unidos, dejara de interesarse por este asunto si no el hecho que las pruebas que aportaba el expediente ponían directamente en tela de juicio al FPR y a su líder, Paul Kagamé, cliente y servidor de Estados Unidos?
• La conclusión de otra investigación, aún más detallada y conducida por el juez francés Jean-Louis Bruguiere sobre este mismo «elemento desencadenante», es que Kagamé necesitaba «la eliminación física» de Habyarimana, para apoderarse del poder en Ruanda antes de las elecciones presidenciales previstas en los Acuerdos de Arusha.
Kagamé no tenía literalmente ninguna posibilidad de ganar aquellas elecciones ya que su grupo étnico, los tutsis, era numéricamente muy inferior al de los hutus [22]. Bruguiere subrayó también que en Ruanda, en 1994, la única fuerza perfectamente organizada y lista para golpear era el FPR. Políticamente débil pero militarmente fuerte, el FPR de Kagamé efectivamente golpeó y, en las dos horas que siguieron al asesinato del presidente Habyarimana, su ofensiva general contra el gobierno de Ruanda se desencadenó en todo el país. De ello se deduce que los dirigentes del FPR sabían de antemano lo que iba a suceder y estaban listos para pasar a la acción, ya que su reacción había sido planificada y organizada con antelación.
A la inversa, parece que los organizadores hutus de la versión mítica que da el establishment de aquellos hechos estaban más bien desorganizados y sorprendidos y que perdieron rápidamente el control de lo que sucedía.
En menos de 100 días, Kagamé y el RPF habían tomado el control de Ruanda.
Suponiendo que el atentado fuese efectivamente el hecho clave de un amplio plan de conquista y genocidio del Hutu Power, los hechos posteriores exigirían de los hutus una extraordinaria incompetencia. En cambio, todo se hace infinitamente más lógico si el atentado hubiese sido perpetrado por los hombres de Kagamé en el marco de su propia estrategia con vistas a la toma del poder.
Suponiendo que el atentado fuese efectivamente el hecho clave de un amplio plan de conquista y genocidio del Hutu Power, los hechos posteriores exigirían de los hutus una extraordinaria incompetencia. En cambio, todo se hace infinitamente más lógico si el atentado hubiese sido perpetrado por los hombres de Kagamé en el marco de su propia estrategia con vistas a la toma del poder.
Después de expulsar del poder al clero católico acusado de haber apoyado el genocidio, Paul Kagamé instaló a 2 000 misionarios evangélicos formados por el pastor Rick Warren y proclamó Ruanda «nación conducida por Dios». Barack Obama escogió al pastor Warren para presidir la parte religiosa de su propia ceremonia de investidura.
El Consejo de Seguridad incluso redujo drásticamente el contingente de cascos azules en Ruanda –lo que en realidad no concuerda con la versión oficial, según la cual la principal responsabilidad de aquellos 100 días de masacres recaía sobre el Hutu Power debido a su plan de exterminio.
Las excusas de Bill Clinton, en 1998, en nombre de la «comunidad internacional» por «no haber reaccionado con suficiente rapidez después del comienzo de las masacres» [25] son de una hipocresía absolutamente incalificable.
Lejos de haber fallado en su supuesto objetivo humanitario, objetivo que en realidad nunca tuvo, lo que en realidad hizo la administración Clinton fue facilitar la conquista de Ruanda por parte de Kagamé y comparte plenamente con él la responsabilidad por las atrocidades cometidas en Ruanda y por las que ferozmente cometió el FPR durante años en la RDC.
• En cuanto a las pruebas de las masacres, no existe ciertamente la menor duda que muchísimos tutsis fueron masacrados, lo cual sucedió evidentemente durante accesos localizados y esporádicos de violencia motivados por deseos de venganza más que por la ejecución metódica de una operación planificada de los dirigentes hutus.
En realidad, son las fuerzas de Kagamé las únicas que parecen haber exterminado de manera sistemática y planificada. Pero la ONU y Estados Unidos se han esforzado al máximo por minimizar la importancia de esas matanzas. No sólo el informe Gersony de 1994 sobre las masacres perpetradas contra los hutus fue relegado al olvido por la ONU.
Un memorando interno del Departamento de Estado estadounidense fechado en septiembre de 1994 que mencionaba claramente «unos 10,000 civiles hutus al mes, e incluso más» exterminados por las fuerzas tutsies, también hubiera quedado engavetado definitivamente si Peter Erlinder no lo hubiese exhumado y mostrado como prueba acusatoria ante el TPIR [26].
Cuando los catedráticos estadounidenses Christian Davenport y Allan Stam, inicialmente encargados por el TPIR de documentar las masacres cometidas en Ruanda en 1994, llegaron a la conclusión de que «la mayoría de las víctimas eran hutus y no tutsis», ambos fueron rápidamente despedidos. «Las masacres en las zonas controladas por las FAR [Fuerzas Armadas Ruandesas] parecían aumentar a medida que el [FPR] penetraba en el país y anexaba más territorios», escriben Davenport y Stam al resumir lo que ellos consideraban como «los resultados más chocantes» de su investigación. «Cuando [el FPR] avanzaba, las masacres aumentaban. Cuando se detenía, las masacres en masa disminuían considerablemente.» [27]
¿No parece increíble que las fuerzas tutsis de Kagamé, las únicas fuerzas armadas verdaderamente organizadas dentro de Ruanda en 1994, cuyos avances se acompañaban sistemáticamente de olas de masacres y que fueron capaces de conquistar Ruanda en apenas un centenar de días, hayan sido incapaces de impedir que la cantidad de tutsis masacrados fuese muy ampliamente superior a la cantidad de hutus muertos, como afirma la versión oficial del «genocidio ruandés»? Eso resulta efectivamente increíble y se trata de un hecho que debería ser claramente reconocido como un mito propagandístico.
• Además, ese mito tampoco concuerda con las verdaderas proporciones de la población ruandesa. Nos limitaremos aquí a retomar textualmente lo que ya hemos demostrado anteriormente [28] (ver cuadro 1). Según el censo nacional oficial de 1991, poco antes del genocidio la población de Ruanda se componía en un 91% de hutus, en un 8,4% de tutsis, en un 0,4% de twa y en un 0,1% de representantes de otros grupos étnicos. De manera que, de un total de 7’099,844 habitantes contabilizados en 1991, la minoría tutsi no contaba en Ruanda más que 596,387 personas y la población hutu era de 6’467,958 personas. Además, como subrayan Davenport y Stam en su artículo del Miller-McCune, la organización IBUKA de sobrevivientes tutsis del genocidio estima en unos 300 000 el número de tutsis que sobrevivieron a las masacres de 1994. Lo cual significa que «de las entre 800,000 y un millón de supuestas víctimas del genocidio, más de la mitad eran hutus». Y parece incluso muy probable que mucho más de la mitad de las personas masacradas en Ruanda entre abril y julio de 1994 en realidad eran hutus [29]. Y es evidente que, después de que el FPR tomó el poder, en julio de 1994, las masacres de hutus tanto en Ruanda como en la RDC continuaron produciéndose durante 15 años más.
Conclusión
Las políticas estadounidenses en el Tercer Mundo muestran una notable continuidad… ¡por desgracia! A tal punto que un representante de la administración Clinton podía llamar «Our kind of guy» a un carnicero como Suharto, quien gozó por demás del inquebrantable apoyo de Estados Unidos durante 33 largos años, bajo las sucesivas presidencias de Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, y Clinton, hasta la caída de su régimen, en 1988, en plena crisis asiática.En un contexto más reciente y que se extiende hasta nuestros días, Paul Kagamé, un criminal de guerra aún más implacable, ha gozado del apoyo de George Bush I, de Bill Clinton, de George Bush II y, actualmente, de Barack Obama (cuyo secretario de Estado adjunto ni siquiera se ha tomado el trabajo de echar un vistazo al preinforme de la ONU que acusa a Kagamé por las grandes masacres cometidas en la RDC).
Asimismo, es interesante ver el amable tratamiento que los medios de prensa occidentales siguen reservando a este otro «Our kind of guy». Philip Gourevitch, periodista con reputación de izquierdista que trabaja para el New Yorker, llegó incluso a compararlo con Abraham Lincoln (en su libro titulado Deseamos informarle que mañana seremos asesinados con nuestras familias, publicado en 1998), y Stephen Kinzer publicó una verdadera hagiografía de este espantoso agente del poderío estadounidense (Hotel Mille Collines: El renacimiento de Ruanda y el hombre que lo soñó [2008]).
¿Llevarán este asunto de filtración de un informe de la ONU y la pésima publicidad que le ha traído a Kagamé su simulacro de reelección, en agosto de 2010, a los medios de prensa occidentales a ser un poco más honestamente críticos hacia este exterminador made in USA?
No parece que podamos contar con eso, debido a los inestimables servicios que Kagamé está prestando a Estados Unidos en África y a lo mucho que le interesa al establishment estadounidense preservar la versión oficial que durante tantos años ha protegido e incluso santificado al hombre que soñaba…
Enlaces externos relacionados: Complicidades internacionales en el genocidio de Ruanda.