El autoabastecimiento no está reservado a quienes poseen en el campo una hectárea de tierra. El morador de un piso urbano que aprende a arreglarse los zapatos se está volviendo, hasta cierto punto, autosuficiente: no sólo ahorra dinero, sino que acrecienta su satisfacción personal y dignidad.
Autosuficiencia no es retroceso a un pasado idealizado en el que las personas se afanaban por conseguir los alimentos por medios primitivos, es el progreso hacia una nueva y mejor calidad de vida, hacia una vida más grata que devuelve al trabajo el aliciente y la iniciativa diaria, que trae consigo variedad, grandes éxitos en unas ocasiones y enormes fracasos en otras.
Significa la aceptación de una responsabilidad plena por lo que se hace o lo que se deja de hacer, y una de sus mayores compensaciones es la alegría de ver el desarrollo de cada tarea, desde sembrar el propio trigo, hasta comer el propio pan.
Autoabastecimiento no significa “retroceder” a un nivel de vida más bajo. Al contrario, es la pugna por conseguir un nivel de vida más alto, alimentos frescos, buenos, y orgánicamente elaborados, una vida grata en un ambiente agradable, la salud corporal y la paz mental que nacen de un trabajo duro y variado al aire libre, y la satisfacción que proviene de la realización correcta y eficiente de tareas difíciles y complicadas.
Otra preocupación de la persona autosuficiente debería ser la actitud correcta hacia la tierra. Si alguna vez se llega a consumir, del todo o en su mayor parte, el petroleo del planeta, habremos de reconsiderar nuestra actitud hacia el único bien real y duradero que tenemos: la tierra. Algún día tendremos que sacar nuestro sustento de lo que la tierra pueda producir sin la ayuda de los derivados del petróleo. Puede que no deseemos mantener en el futuro un nivel de vida que dependa exclusivamente de complejos y costosos equipos y maquinárias, pero siempre querremos preservar un alto nivel de vida en los aspectos que realmente importan: buena alimentación, vestimenta, alojamiento, salud, felicidad y relaciones cordiales con los demás. La tierra puede sostenernos sin necesidad de aplicar cantidades ingentes de productos químicos y de abonos artificiales, ni de utilizar maquinarias costosas.
El hombre debería ser agricultor, no explotador. Este planeta no está destinado exclusivamente a nuestro provecho. El destruir todas las formas de vida que no tienen para nosotros utilidad ostensible y directa es inmoral y, en definitiva, es muy posible que constribuya a nuestra propia destrucción. El aprovechamiento variado y concienzudamente planeado de la granja autosuficiente promueve gran variedad de formas de vida, y todo labrador autárquico deseará dejar en su finca algunas zonas verdaderamente incultas, donde puedan prosperar formas silvestres de vida sin perturbaciones y en paz.
Otra cuestión es la de nuestras relaciones con los demás. Muchas personas retornan de la ciudad al campo precisamente porque la vida en la ciudad, aún estando rodeada de gente, les parece demasiado solitaria. Las buenas relaciones con la población autóctona del campo son también muy importantes.
El autoabastecimiento no está reservado a quienes poseen en el campo una hectárea de tierra. El morador de un piso urbano que aprende a arreglarse los zapatos se está volviendo, hasta cierto punto, autosuficiente: no sólo ahorra dinero, sino que acrecienta su satisfacción personal y dignidad. El hombre no fue criado como un animal especializado. No prosperamos si somos como piezas de una máquina. Estamos destinados por naturaleza a ser polifacéticos, a hacer diversas cosas, a poseer diversas habilidades. El ciudadano que compra un saco de trigo a un labrador durante una visita al campo y hace su harina para fabricar pan, elimina los intermediarios y obtiene pan de mejor calidad; realiza, además, un ejercicio sano al girar la manivela de la máquina de moler. Cualquiera que tenga un jardincillo en su casa de campo puede roturar una parte del césped improductivo, tirar al estercolero algunas de esas horribles plantas resistentes y cultivar allí mismo sus repollos. Con un huerto suburbano, de regular tamaño, se puede sustentar prácticamente a una familia. He conocido a una mujer que cultivaba los tomates más hermosos que he visto jamás en un macetero, en el duodécimo piso de una torre de apartamenteos. A esa altura no les afectaban las plagas.
John Seymour, Autosuficiencia.
Fuente: http://www.holistika.net/vida_sostenible/sostenibilidad/autosuficiencia.asp