Una nueva ciencia cognitiva.


Extracto de "La trama de la vida, una nueva perspectiva de los sistemas vivos."
Autor: Fritjof Capra


...La doctrina budista de la impermanencia incluye la noción de
que no hay un sí mismo, de que no existe un sujeto persistente
para nuestras experiencias cambiantes. Mantiene que la idea de
un ser separado e individual es una ilusión, otra forma de maya,
un concepto intelectual carente de identidad real. Aferrarse a esta
idea de un sí mismo independiente, conduce al mismo dolor y su-
frimiento (duhkha) que la adhesión a cualquier otra categoría fija
de pensamiento.

La ciencia cognitiva ha llegado exactamente a la misma posi-
ción. Según la teoría de Santiago, damos a luz al sí mismo al
igual que damos a luz a objetos. Nuestro ser o ego carece de toda
existencia independiente y no es más que el resultado de nuestro
acoplamiento estructural. Un análisis detallado de la creencia en
un ser fijo e independiente y su correspondiente «ansiedad carte-
siana», conduce a Francisco Varela y sus colegas a la siguiente
conclusión:

Nuestro intento de atrapar un territorio interior es la esencia
del ego-sí mismo y es la fuente de la continua frustración (...).
Este intento de atrapar un territorio interior es en sí mismo uno
más de una larga lista de intentos que incluye nuestro aferra-
miento a un territorio exterior bajo la forma de la idea de un
mundo independiente y predeterminado. En otras palabras,
nuestras ansias por atrapar un territorio, tanto interior como ex-
terior, son la causa profunda de frustración y ansiedad.

Ésta es pues la cruz de la condición humana. Somos indi-
viduos autónomos, conformados por nuestro propio historial
de cambios estructurales. Somos autoconscientes, sabedores de
nuestra identidad individual, y aún así, cuando buscamos el ser
independiente dentro de nuestro universo experiencial, somos in-
capaces de hallar tal entidad.

El origen de nuestro dilema reside en nuestra tendencia a
crear abstracciones de objetos separados, incluyendo un sí mis-
mo independiente, para creer después que pertenecen a una rea-
lidad objetiva, dotada de existencia autárquica. Para superar esta
ansiedad cartesiana, necesitamos pensar sistémicamente, despla-
zando nuestra atención conceptual de los objetos a las relaciones.
Sólo entonces podremos comprender que identidad, individuali-
dad y autonomía no significan separatividad e independencia.
Como Lynn Margulis nos recuerda: «Independencia es un térmi-
no político, no científico.»

El poder del pensamiento abstracto nos ha conducido a tratar
el entorno natural -la trama de la vida- como si estuviese formado
por partes separadas, para ser explotadas por diferentes grupos
de interés. Más aún, hemos extendido esta visión fragmentaria a
nuestra sociedad humana, dividiéndola en distintas naciones, ra-
zas, religiones y grupos políticos. El convencimiento de que todos
estos fragmentos -en nosotros mismos, en nuestro entorno y en
nuestra sociedad- están realmente separados, nos ha alienado de
la naturaleza y de nuestros semejantes, disminuyéndonos lamen-
tablemente. Para recuperar nuestra plena humanidad, debemos
reconquistar nuestra experiencia de conectividad con la trama
entera de la vida...


Esto sabemos.
Todo está conectado
como la sangre que une a una familia...
Lo que le acaece a la tierra,
acaece a los hijos e hijas de la tierra.
El hombre no tejió la trama de la vida;
es una mera hebra de la misma.
Lo que le haga a la trama,
se lo hace a sí mismo.
Ted Perry (inspirado en el Jefe Seattle).

EL ALUMBRAMIENTO DE UN MUNDO

Para la emergente teoría de los sistemas vivos, la mente no es
una cosa sino un proceso. Es cognición, el proceso del conoci-
miento que se identifica con el proceso mismo de la vida. Ésta es
la esencia de la teoría de Santiago de la cognición, propuesta por
Humberto Maturana y Francisco Varela.'

La identificación de mente o cognición con el proceso de vida
es una idea radicalmente nueva en ciencia, pero es también una
de las más arcaicas intuiciones de la humanidad. En tiempos pa-
sados, la mente humana racional se veía meramente como un as-
pecto más del alma inmaterial o espíritu. La distinción funda-
mental no radicaba entre cuerpo y mente, sino entre cuerpo y
alma o cuerpo y espíritu. Mientras que la diferenciación entre
alma y espíritu era fluida y fluctuaba con el tiempo, ambas unifi-
caban originalmente dos conceptos en sí mismas: el de la tuerza
de la vida y el de la actividad de la consciencia.

En los antiguos lenguajes de tiempos pasados, ambas ideas se
expresan como el soplo de vida. Las raíces etimológicas tanto de
«alma» como de «espíritu», significan en efecto «soplo» en mu-
chas lenguas antiguas. Las palabras «alma» en sánscrito (atman),
griego (pneuma) y latín (anima), significan todas ellas «soplo».
Lo mismo ocurre para «espíritu» en latín (spiritus), en griego
(psyche) y hebreo (ruah). Todas ellas significan también «soplo».

La antigua intuición común expresada en todas estas pala-
bras no es otra que el alma o espíritu como soplo inspirador de
vida. De forma semejante, el concepto de cognición en la teoría
de Santiago va mucho más allá de la mente racional, al incluir en
su totalidad al proceso de la vida. Su descripción como soplo de
vida constituye una acertada metáfora.

Al igual que el concepto de «proceso mental» formulado inde-
pendientemente por Gregory Bateson, la teoría de Santiago so-
bre la cognición tiene sus raíces en la cibernética. Fue desarrolla-
da dentro del movimiento intelectual que enfoca el estudio
científico de mente y conocimiento desde una perspectiva sisté-
mica e interdisciplinaria más allá de los marcos tradicionales de
la psicología y la epistemología. Este nuevo enfoque, que no ha
cristalizado aún en un campo científico maduro, se conoce cada
vez más como «ciencia cognitiva».

La cibernética proporcionó a la ciencia cognitiva el primer
modelo de cognición. Su premisa era que la inteligencia humana
se parece a la «inteligencia» informática hasta tal punto que la
cognición puede ser definida como el procesado de información,
es decir, la manipulación de símbolos basados en un conjunto de
reglas. Según este modelo, el proceso de cognición comporta re-
presentación mental. Como un ordenador, se cree que la mente
opera manipulando símbolos que representan ciertas caracterís-
ticas del mundo. Este modelo informático de la actividad mental
era tan persuasivo y poderoso que dominó toda la escena de la in-
vestigación en ciencia cognitiva durante más de treinta años.

Desde los años cuarenta, casi toda la neurobiología se ha visto
conformada por esta idea de que el cerebro es un dispositivo para
el procesado de información. Por ejemplo, cuando estudios del
córtex visual demostraron que ciertas neuronas responden a cier-
tas características de los objetos percibidos (velocidad, color,
contraste, etc.), se pensó que estas neuronas especializadas reco-
gían información visual de la retina, para transmitirla a otras
áreas del cerebro para su procesado. No obstante, posteriores es-
tudios con animales demostraron que la asociación de neuronas
con características específicas sólo es posible con animales anes-
tesiados dentro de medios internos y externos muy controlados.
Si se estudia un animal despierto, en un entorno más normal, sus
respuestas neuronales se vuelven sensibles al contexto total del
estímulo visual, no pudiendo ser interpretadas en términos de
procesado de información paso a paso.

El modelo informático de cognición fue por fin seriamente
cuestionado en los años setenta con la aparición del concepto de
autoorganización. La revisión de la hipótesis dominante tuvo
como origen dos deficiencias de la visión informaticista amplia-
mente reconocidas. La primera es que el procesado de informa-
ción se basa en reglas secuenciales aplicadas paso a paso, una
tras otra; la segunda es que dicho proceso está físicamente locali-
zado, de modo que una lesión en cualquier parte del sistema re-
dunda en una seria disfunción del conjunto. Ambas presunciones
están en total discrepancia con la observación de la realidad bio-
lógica. Las tareas visuales más ordinarias, incluso en insectos di-
minutos, se efectúan mucho más rápido que cuando se simulan
secuencialmente. Por otro lado, es bien conocida la resistencia
del funcionamiento cerebral ante daños sufridos,

Estas observaciones inspiraron un cambio de atención de los
símbolos a la conectividad, de las reglas locales a la coherencia
global, del procesado de información a las propiedades emergen-
tes de las redes neuronales. Con el desarrollo concurrente de las
matemáticas no-lineales y de modelos de sistemas autoorganiza-
dores, el mencionado cambio de atención prometía la apertura de
nuevas y apasionantes vías de investigación. En efecto, a princi-
pios de los años ochenta, los modelos «conectivistas» de redes neu-
ronales se habían vuelto muy corrientes. Se trataba de modelos
con elementos densamente interconectados, diseñados para reali-
zar simultáneamente millones de operaciones capaces de generar
propiedades globales interesantes o emergentes. Como explica
Francisco Varela: «El cerebro es... un sistema altamente coope-
rativo: las densas interacciones entre sus componentes comportan
que eventualmente todo lo que sucede sea una función de lo que to-
dos los componentes están haciendo... Como resultado de ello, el
sistema entero alcanza una coherencia interna en intrincados pa-
trones, aunque no podamos explicar cómo ocurre exactamente.»

LA TEORÍA DE SANTIAGO

La teoría de Santiago de la cognición tuvo su origen en el es-
tudio de redes neuronales y desde su mismo principio ha estado
vinculada al concepto de autopoiesis de Maturana. La cogni-
ción, según Maturana, es la actividad involucrada en la autogene-
ración y autoperpetuación de redes autopoiésicas. En otras pala-
bras, la cognición es el propio proceso de la vida. «Los sistemas
vivos son sistemas cognitivos», escribe Maturana, «y la vida
como proceso es un proceso de cognición.» Podemos decir que,
en términos de nuestros tres criterios para los sistemas vivos -es-
tructura, patrón y proceso-, el proceso vital consiste en todas las
actividades involucradas en la continua corporeización del pa-
trón (autopoiésico) de organización del sistema en una estructu-
ra (física) disipativa.

Puesto que la cognición se define tradicionalmente como el
proceso del conocimiento, debemos ser capaces de describirla en
términos de las interacciones de un organismo con su entorno.
Esto es efectivamente lo que hace la teoría de Santiago. El fenó-
meno específico que subyace en el proceso de cognición, es el
acoplamiento estructural. Como hemos visto, un sistema auto-
poiésico sufre cambios estructurales continuos, preservando al
mismo tiempo su patrón de organización en red. En otras pala-
bras, se acopla a su entorno estructuralmente mediante interac-
ciones recurrentes, cada una de las cuales desencadena cambios
estructurales en el sistema. No obstante, el sistema permanece
autónomo; el medio sólo desencadena los cambios estructurales,
no los especifica ni dirige.

Ahora bien, el sistema vivo no sólo especifica estos cambios
estructurales, sino que especifica también qué perturbaciones del
medio los desencadenarán. Ésta es la clave de la teoría de Santiago
de la cognición. Los cambios estructurales del sistema constitu-
yen actos de cognición. Al especificar qué perturbaciones del me-
dio desencadenan sus cambios, el sistema «da a luz un mundo»,
como dicen Maturana y Varela. La cognición no es pues la repre-
sentación de un mundo con existencia independiente, sino más
bien un constante alumbramiento de un mundo a través del pro-
ceso de vida. Las interacciones del sistema vivo con su entorno
son interacciones cognitivas y el proceso de vida mismo es un
proceso de cognición. En palabras de Maturana y Varela: «Vivir
es conocer.»

Resulta obvio que tratamos aquí con una extensión radical del
concepto de cognición e implícitamente del de mente. En esta
nueva visión, la cognición comprende el proceso completo de vida
-incluyendo la percepción, la emoción y el comportamiento- y no
requiere necesariamente un cerebro y un sistema nervioso. Inclu-
so las bacterias perciben ciertos cambios en su entorno. Notan las
diferencias químicas de sus alrededores y en consecuencia nadan
hacia el azúcar y se alejan del ácido; notan y evitan el calor, se ale-
jan de la luz o se aproximan a ella e incluso algunas pueden detec-
tar campos magnéticos.' Así, hasta una bacteria alumbra su pro-
pio mundo, un mundo de frío y calor, de campos magnéticos y de
pendientes químicas. En todos estos procesos cognitivos, la per-
cepción y la acción son inseparables y, dado que los cambios es-
tructurales y las acciones asociadas que se desencadenan en un
organismo dependen de su estructura. Francisco Varela describe
la cognición como «acción corporeizada».

De hecho, la cognición comprende dos clases de actividades
inextricablemente vinculadas: el mantenimiento y continuación
de la autopoiesis y el alumbramiento de un mundo. Un sistema
vivo es una red múltiplemente interconectada, cuyos componen-
tes están cambiando constantemente, siendo transformados y
reemplazados por otros componentes. Existe una gran flexibili-
dad y fluidez en semejante red, que permiten al sistema respon-
der a las perturbaciones o «estímulos» del entorno de un modo
muy especial. Ciertas perturbaciones desencadenan cambios es-
tructurales específicos, es decir, cambios en la conectividad a tra-
vés del sistema. Éste es un fenómeno distributivo; toda la red res-
ponde a una perturbación seleccionada reajustando sus patrones
de conectividad.

Organismos distintos cambian de modo diferente y a lo largo
del tiempo cada organismo forma su único e individual camino
de cambios estructurales en el proceso de desarrollo. Puesto que
estos cambios estructurales son actos de cognición, el desarrollo
está siempre asociado al aprendizaje. De hecho, desarrollo y
aprendizaje son dos caras de la misma moneda, ambos son ex-
presiones del acoplamiento estructural.

No todos los actos físicos de un organismo son actos de cogni-
ción. Cuando parte de un diente de león es comida por un conejo,
o cuando un animal sufre heridas en un accidente, estos cambios
estructurales no están especificados y dirigidos por el organismo,
no son cambios elegidos y por tanto no constituyen actos de cog-
nición. No obstante, estos cambios físicos impuestos van acom-
pañados de otros cambios estructurales (percepción, respuesta
del sistema inmunológico, etc.) que sí son actos de cognición.

Por otro lado, no todas las perturbaciones del entorno causan
cambios estructurales. Los organismos vivos responden sólo a
una fracción de los estímulos que les atañen. Sabemos que pode-
mos ver u oír fenómenos únicamente dentro de un determinado
campo de frecuencias; a menudo no nos percatamos de cosas y
sucesos de nuestro entorno que no nos conciernen. Sabemos
también que lo que percibimos está ampliamente condicionado
por nuestro marco conceptual y nuestro contexto cultural.

En otras palabras, existen muchas perturbaciones que no
causan cambios estructurales en el sistema porque le son «extra-
ños». De este modo, cada sistema construye su propio y distinto
mundo, de acuerdo con su propia y distinta estructura. Como
dice Varela: «La mente y el mundo emergen juntos.» No obstan-
te, a través del acoplamiento estructural mutuo, los sistemas vi-
vos individuales son parte de cada uno de los mundos de los de-
más. Se comunican y coordinan su comportamiento. Hay una
ecología de mundos alumbrados por actos de cognición mutua-
mente coherentes.

En la teoría de Santiago, la cognición es parte integrante del
modo en el que un organismo vivo interactúa con su entorno. No
reacciona a los estímulos ambientales mediante una cadena lineal
de causa y efecto, sino que responde con cambios estructurales en
su red no lineal, organizativamente cerrada y autopoiésica. Este
tipo de respuesta capacita al sistema para proseguir con su orga-
nización autopoiésica y continuar en consecuencia viviendo en el
medio. Dicho de otro modo, la interacción cognitiva del sistema
con su entorno es una interacción inteligente. Desde la perspecti-
va de la teoría de Santiago, la inteligencia se manifiesta en la ri-
queza y flexibilidad del acoplamiento estructural de un sistema.
El campo de interacciones que un sistema vivo puede tener con
su entorno define su «territorio cognitivo». Las emociones son
parte integrante de este territorio. Por ejemplo, cuando responde-
mos a un insulto enfadándonos, todo el patrón de procesos psico-
lógicos -cara roja, respiración acelerada, temblor, etc.- es parte de
la cognición. De hecho, investigaciones recientes indican firme-
mente que hay un colorido emocional para cada acto cognitivo.

A medida que aumenta el grado de complejidad de su sistema
vivo, se incrementa su territorio cognitivo. El cerebro y el sistema
nervioso en particular representan una expansión significativa
del territorio cognitivo de un organismo, ya que incrementan
mucho el campo y diferenciación de sus acoplamientos estructu-
rales. A un cierto nivel de complejidad, un organismo vivo se aco-
pla estructuralmente no sólo a su entorno, sino consigo mismo,
alumbrando así tanto un mundo exterior como otro interior. En
los seres humanos, el alumbramiento de dicho mundo interior
está íntimamente vinculado con el lenguaje, el pensamiento y la
consciencia.

SIN REPRESENTACIÓN, NO HAY INFORMACIÓN

Formando parte de una concepción unificadora de vida, men-
te y consciencia, la teoría de Santiago de la cognición comporta
profundas implicaciones para la biología, la psicología y la fíloso-
fía, de entre las cuales su contribución a la epistemología -la
rama de la filosofía que estudia la naturaleza de nuestro conoci-
miento del mundo- constituye quizás el aspecto más polémico.

La característica particular de la epistemología implícita en la
teoría de Santiago está en relación con una idea comúnmente im-
plícita en la mayoría de epistemologías, pero raramente mencio-
nada de forma explícita: la idea de que la cognición es una repre-
sentación de un mundo con existencia independiente. El modelo
informático de la cognición como procesamiento de datos era
meramente una formulación específica -basada en una analogía
errónea- de la idea más general de que el mundo viene dado y es
independiente del observador, ocupándose la cognición de las re-
presentaciones mentales de sus características objetivas dentro
del sistema cognitivo. La imagen general, según Varela, es la de
un «agente cognitivo soltado en paracaídas sobre un mundo pre-
determinado» y extrayendo sus características esenciales a través
de un proceso de representación.

Según la teoría de Santiago, la cognición no es una represen-
tación de un mundo independiente y predeterminado, sino más
bien el alumbramiento de un mundo. Lo que un organismo parti-
cular da a luz en el proceso de vida, no es el mundo sino un mun-
do determinado y siempre dependiente de la estructura del orga-
nismo. Puesto que los organismos individuales dentro de una
misma especie tienen estructuras parecidas, alumbran mundos
similares. Nosotros, los humanos, compartimos además un mun-
do abstracto de lenguaje y pensamiento a través del cual creamos
juntos nuestro propio mundo.

Maturana y Varela no nos dicen que hay un vacío ahí fuera
del que creamos materia. Existe para ellos un mundo material,
pero carece de características predeterminadas. Los autores de la
teoría de Santiago no afirman que «nada existe», sino que «no
existen cosas» independientes del proceso de cognición.* No hay
estructuras objetivamente existentes, no existe un territorio pre-
determinado del que podamos levantar un mapa: es el propio
acto de cartografiar el mundo quien lo crea.

Sabemos por ejemplo que gatos y pájaros pueden ver los ár-
boles, pero de modo muy distinto de como los vemos nosotros,
puesto que perciben distintas franjas del espectro luminoso. Así,
las formas y texturas de los «árboles» que ellos crean serán muy
distintas a las nuestras.

* Es importante aquí destacar el juego de palabras en inglés entre not-
hing exists (nada existe) y no things exist (no existen cosas). (N. del T.)
distintas de las nuestras. 

Cuando vemos un árbol, no nos estamos
inventando la realidad, pero el modo en que delineamos objetos e
identificamos patrones de entre la multitud de estímulos senso-
riales que recibimos, depende de nuestra constitución física.
Como dirían Maturana y Varela, el modo en que podemos aco-
plarnos estructuralmente a nuestro entorno y el mundo que en
consecuencia creamos dependen de nuestra propia estructura.

Junto con la idea de representaciones mentales de un mundo
independiente, la teoría de Santiago rechaza también la de la in-
formación como algunas características objetivas de este mundo
independiente. En palabras de Varela:

Debemos cuestionar la idea de que el mundo nos viene dado
y que la cognición es representación. En ciencia cognitiva, ello
significa que debemos cuestionar la idea de que la información
está ahí preparada en el mundo y es extraída de éste por un siste-
ma cognitivo

El rechazo de la representación y el de la información como
elementos relevantes en el proceso del conocimiento resultan di-
fíciles de aceptar, puesto que utilizamos ambos conceptos conti-
nuamente. Los símbolos de nuestro lenguaje, tanto hablado
como escrito, son representaciones de cosas e ideas. En nuestra
vida cotidiana consideramos hechos tales como la hora, la fecha,
la previsión meteorológica o el teléfono de un amigo como frag-
mentos de información relevantes para nosotros. De hecho, nos
referimos a toda nuestra era como la «de la información». Así,
¿cómo pueden Maturana y Varela afirmar que no existe informa-
ción en el proceso de cognición?

Para comprender esta cuestión aparentemente incomprensi-
ble, debemos recordar que para los seres humanos la cognición
incluye el lenguaje, el pensamiento abstracto y conceptos simbó-
licos inaccesibles a otras especies. Como veremos, la capacidad
de abstracción es una característica clave de la consciencia hu-
mana, que nos permite utilizar representaciones mentales, sím-
bolos e información. No obstante, éstas no son características
generales de los procesos de cognición comunes a todos los siste-
mas vivos. Si bien como humanos utilizamos a menudo represen-
taciones mentales e información, nuestro proceso cognitivo no se
basa en ellas.

Para alcanzar una adecuada perspectiva sobre estas ideas, re-
sulta muy instructiva una atenta mirada al significado de «infor-
mación». La idea convencional es que la información está de al-
gún modo «ahí fuera», para ser recogida por el cerebro. Semejan-
te información, no obstante, será una cantidad, un nombre, una
breve frase extraída de una completa red de relaciones o contexto
del que forma parte y al que otorga significado. Cuando semejan-
te «hecho» es parte de un contexto estable con el que nos encon-
tramos con cierta regularidad, lo extraemos de él, lo asociamos
con el significado inherente a dicho contexto y lo llamamos «in-
formación». Estamos tan acostumbrados a estas abstracciones,
que tendemos a creer que el significado reside en el fragmento de
información más que en el contexto del que ha sido extraído.

Por ejemplo, no hay nada «informativo» en el color rojo ex-
cepto que, inmerso en una red cultural de convencionalismos y
en la red tecnológica del tráfico urbano, se asocia con la obligato-
riedad de detenerse en un cruce. Un semáforo en rojo muy proba-
blemente no significaría nada especial para alguien de una cultu-
ra muy distinta a la nuestra que visitase una de nuestras
ciudades. No habría en él información asociada. De forma pare-
cida, la hora y la fecha están extraídas de un complejo contexto
de conceptos e ideas, incluyendo un modelo de sistema solar, ob-
servación astronómica y convenciones culturales.

Las mismas consideraciones se aplican a la información gené-
rica codificada en el ADN. Como explica Varela, la noción de un
código genético ha sido extraída de una red metabólica subyacen-
te en la que está embebido el significado del código:

Durante muchos años, los biólogos han considerado las
secuencias de las proteínas como instrucciones codificadas
en el ADN. Resulta claro, no obstante, que los tercetos de ADN
sólo son capaces de especificar correctamente un aminoá-
cido dentro del metabolismo de la célula, es decir, de los milla-
res de regulaciones enzimáticas de una compleja red química.
Únicamente debido a estas propiedades emergentes de semejan-
te red como un todo, podemos extraer este trasfondo metabóli-
co y considerar a los tercetos como códigos para los aminoá-
cidos.

MATURANA Y BATESON

El rechazo de Maturana a la idea de que la cognición com-
prende una representación mental de un mundo independiente
es la diferencia crucial entre su concepto del proceso del conoci-
miento y el de Gregory Bateson. Maturana y Bateson, de forma
independiente y casi simultánea, llegaron a la idea revolucionaria
de identificar el proceso del conocimiento con el de la vida. Sus
planteamientos, no obstante, fueron muy distintos: Bateson des-
de una profunda intuición de la naturaleza de mente y vida, agu-
zada por sus cuidadosas observaciones del mundo vivo; Matura-
na desde sus intentos de definir un patrón de organización
característico de todos los sistemas vivos, basado en sus investi-
gaciones en neurociencia.

Bateson, trabajando en solitario, fue retinando con los años
sus «criterios del proceso mental», sin llegar nunca a desarrollar-
los en una teoría de los sistemas vivos. Maturana, en cambio, cola-
boró con otros científicos para desarrollar una teoría de «la orga-
nización de lo vivo» que provee el marco teórico para la
comprensión del proceso de cognición como el proceso de la vida.
Como el científico social Paúl Dell expresa en su extenso trabajo
Comprendiendo a Bateson y a Maturana, Bateson se concentró ex-
clusivamente en la epistemología (la naturaleza del conocimien-
to) a costa de la ontología (la naturaleza de la existencia):

La ontología constituye la «ruta no tomada» en el pensamiento
de Bateson. (...) La epistemología de Bateson carece de ontología
sobre la que basarse (...). En mi opinión, el trabajo de Maturana
contiene la ontología que Bateson nunca desarrolló.

El examen de los criterios de Bateson para el proceso mental
demuestra que cubren tanto el aspecto estructural como el del
patrón de los sistemas vivos, lo que puede ser la causa de la con-
fusión de muchos estudiantes de Bateson. Una atenta lectura de
dichos criterios, revela también la creencia subyacente de que la
cognición comprende representaciones mentales de las caracte-
rísticas objetivas del mundo dentro del sistema cognitivo.

Bateson y Maturana crearon independientemente un concep-
to revolucionario de la mente que tiene sus raíces en la cibernéti-
ca, una tradición a cuyo desarrollo Bateson contribuyó en los
años cuarenta. Quizás debido a su íntima implicación con las
ideas cibernéticas durante su génesis, Bateson nunca llegó a tras-
cender el modelo informático de cognición. Maturana, en cambio,
dejó dicho modelo atrás y desarrolló una teoría que contempla la
cognición como el acto de «alumbrar un mundo» y la consciencia
como íntimamente ligada al lenguaje y la abstracción.

En las páginas precedentes he enfatizado repetidamente la di-
ferencia entre la teoría de Santiago y el modelo informático de la
cognición desarrollado en cibernética. Resulta quizás útil ahora
contemplar de nuevo los ordenadores a la luz de nuestra nueva
comprensión de la cognición, para disipar en parte la confusión
general existente sobre la «inteligencia informática».

Un ordenador procesa información, lo que significa que ma-
nipula símbolos basados en ciertas reglas. Los símbolos son ele-
mentos distintos introducidos en el ordenador desde el exterior, y
durante el procesado de la información no se producen cambios
en la estructura de la máquina, fijada y determinada ésta por su
diseño y construcción.

El sistema nervioso de un organismo vivo funciona muy dis-
tintamente. Como hemos visto, interactúa con su entorno modu-
lando continuamente su estructura, de modo que en todo mo-
mento su estructura física es una rememoración de los cambios
estructurales precedentes. El sistema nervioso no procesa infor-
mación del mundo exterior sino que, por el contrario, alumbra
(construye, produce) un mundo en su proceso de cognición.

La cognición humana comprende el lenguaje y el pensamien-
to abstracto y por tanto los símbolos y las representaciones, pero
el pensamiento abstracto es tan sólo una pequeña parte de la cog-
nición humana y generalmente no constituye la base para nues-
tras decisiones y acciones cotidianas. Las decisiones humanas
nunca son enteramente racionales, sino que están teñidas por las
emociones. El pensamiento humano se halla siempre embebido
en las sensaciones y procesos corporales que forman parte de la
totalidad del espectro de la cognición.

Como señalan los científicos informáticos Terry Winograd y
Fernando Flores en su libro Understanding Computers and Cogni-
tion (Para entender los ordenadores y la cognición), el pensa-
miento racional filtra la mayor parte del mencionado espectro
cognitivo, y al hacerlo, crea una «ceguera de abstracción». A
modo de viseras, los términos que adoptamos para expresarnos
limitan nuestro campo visual. En un programa informático -ex-
plican Winograd y Flores-, se formulan varios objetivos y tareas
en términos de una serie limitada de objetos, propiedades y ope-
raciones, serie que encarna la ceguera que acompaña las abstrac-
ciones implicadas en la creación del programa. No obstante:
Hay áreas de tareas restringidas en las que esta ceguera no
excluye un comportamiento que parece inteligente. Muchos jue-
gos, por ejemplo, son susceptibles de implementar (...) técnicas
[que pueden] producir un programa que venza a oponentes hu-
manos (...). Son éstas áreas en las que la identificación de las
prestaciones relevantes es directa y la naturaleza de las solucio-
nes es clara.

Gran parte de la confusión proviene del hecho de que los cien-
tíficos informáticos utilizan términos como «inteligencia», «me-
moria» y «lenguaje» para la descripción de los ordenadores, su-
poniendo que dichas expresiones se refieren a los fenómenos
humanos que conocemos bien por propia experiencia bajo di-
chos nombres. Se trata de un grave malentendido. Por ejemplo,
la misma esencia de la inteligencia es actuar adecuadamente
cuando un problema no está claramente definido y las soluciones
no son evidentes. El comportamiento humano inteligente en ta-
les circunstancias se basa en el sentido común acumulado a lo
largo de la experiencia vivida. Los ordenadores, en cambio, no
tienen acceso al sentido común debido a su ceguera de abstrac-
ción y a sus limitaciones intrínsecas de operaciones formales,
siendo por tanto imposible su programación para que sean inteli-
gentes.

Desde los primeros tiempos de la inteligencia artificial, uno
de los mayores desafíos ha sido la programación de un ordenador
para la comprensión del lenguaje humano. Tras varias décadas
de trabajo frustrante en este campo, los investigadores en inteli-
gencia artificial han empezado a darse cuenta de la futilidad de
sus esfuerzos y de que los ordenadores no pueden comprender el
lenguaje humano de un modo significativo. Entendemos el con-
texto por ser parte de nuestro sentido común, pero éste no puede
ser programado en un ordenador y, por lo tanto, no puede enten-
der nuestro lenguaje.

Este extremo puede ilustrarse con simples ejemplos como este
texto utilizado por Terry Winograd: «Tommy acababa de recibir
un nuevo juego de cubos. Estaba abriendo la caja cuando vio en-
trar a Jimmy.» Como explica Winograd, un ordenador no tendría
ni idea de lo que había en la caja, pero nosotros asumimos in-
mediatamente que se trata del nuevo juguete de Tommy. Lo hace-
mos por que sabemos que los regalos suelen estar presentados en
cajas y que abrir la caja es lo adecuado en este caso. Más impor-
tante aún, asumimos que las dos frases del texto están conectadas,
mientras que un ordenador no encontraría ninguna razón para
relacionar la caja con el juguete. En otras palabras, nuestra inter-
pretación de este sencillo texto se basa en varias conjeturas y ex-
pectativas de sentido común, inaccesibles al ordenador.

El hecho de que un ordenador no pueda comprender el len-
guaje, no significa que no pueda ser programado para reconocer
y manipular estructuras lingüísticas simples. De hecho, se ha
progresado mucho en este campo en los últimos años. Los orde-
nadores pueden ahora reconocer unos centenares de palabras y
frases y este vocabulario básico sigue en expansión. De este
modo, se están utilizando cada vez más máquinas para interac-
tuar con personas a través de las estructuras del lenguaje huma-
no, en el desarrollo de tareas limitadas. Puedo, por ejemplo, tele-
fonear a mi banco para solicitar información sobre mi cuenta
corriente y un ordenador, activado por una serie de códigos, me
informará sobre el saldo, los últimos movimientos, etc. Esta inte-
racción, que comprende una combinación de palabras simples
habladas y números tecleados, resulta muy conveniente y prácti-
ca, pero de ningún modo significa que el ordenador esté enten-
diendo el lenguaje humano.

Hay lamentablemente una notable diferencia entre las serias
afirmaciones críticas de los investigadores en inteligencia artifi-
cial y las proyecciones optimistas de la industria informática,
fuertemente motivada por intereses comerciales. La más reciente
ola de pronunciamientos entusiastas ha llegado del llamado pro-
yecto de la quinta generación lanzado en Japón. Un análisis serio
de sus grandiosos objetivos sugiere, no obstante, que éstos son tan
irreales como proyecciones precedentes similares, si bien es posi-
ble que el programa produzca numerosas aplicaciones útiles

El objetivo principal del proyecto de la quinta generación y de
otros proyectos de investigación análogos es el desarrollo de los
llamados sistemas expertos, diseñados para superar a humanos
expertos en determinadas tareas. Nos hallamos de nuevo ante un
desafortunado uso de la terminología, como señalan Winograd y
Flores:

Llamar «experto» a un programa resulta tan equívoco como
decir que es «inteligente» o que «comprende». El malentendido
puede resultar conveniente para los que intentan conseguir fon-
dos para la investigación o vender tales programas, pero sin duda
puede conducir a expectativas inapropiadas a los posibles usua-
rios.
A mediados de los años ochenta el filósofo Hubert Dreyfüs y
el científico informático Stuart Dreyfüs emprendieron un minu-
cioso estudio de la pericia humana contrastada con los sistemas
informáticos expertos. Hallaron que:

... debemos abandonar la tradicional idea de que un princi-
piante empieza por casos específicos y que, a medida que adquie-
re soltura y experiencia, abstrae e interioriza más y más reglas
sofisticadas... La adquisición de pericia se mueve exactamente
en la dirección opuesta: de las reglas abstractas a los casos parti-
culares. Parece que el principiante efectúa inferencias utilizando
reglas y datos al igual que un ordenador heurísticamente progra-
mado pero que, a diferencia de éste, con talento y grandes dosis
de experiencia propia involucrada, se transforma en un experto
que sabe intuitivamente lo que hay que hacer con independencia
de la aplicación de reglas.

Esta observación explica por qué los sistemas expertos nunca
actúan tan bien como los expertos humanos, que no lo hacen apli-
cando una secuencia de reglas, sino desde la base de su compren-
sión intuitiva de una constelación de hechos. Dreyfüs y Dreyfüs ob-
servaron también que en la práctica, los sistemas expertos se
diseñan mediante la interrogación a expertos humanos sobre las re-
glas relevantes. Cuando esto ocurre, dichos expertos tienden a seña-
lar las reglas que recuerdan de cuando eran principiantes, pero que
en realidad dejaron de utilizar cuando se convirtieron en expertos.
Si estas reglas se programan en un ordenador, el sistema experto re-
sultante podrá superar a un principiante humano en el uso de aque-
llas reglas, pero jamás podrá rivalizar con un verdadero experto.

INMUNOLOGÍA COGNITIVA

Algunas de las más importantes aplicaciones prácticas de la
teoría de Santiago por su impacto en la neurociencia y la inmu-
nología, serán las que probablemente aparezcan próximamente.
Como ya he mencionado anteriormente, la nueva visión de la
cognición clarifica enormemente el rompecabezas ancestral so-
bre la relación entre mente y cerebro. La mente no es una cosa
sino un proceso: el proceso de cognición, que se define como el
proceso de la vida. El cerebro es la estructura específica a través
de la cual este proceso opera.
El cerebro no es en absoluto la única estructura involucrada
en el proceso de cognición. En el organismo humano, al igual que
en el de todos los vertebrados, el sistema inmunológico está sien-
do reconocido cada vez más como una red tan compleja e inter-
conectada como el sistema nervioso, puesta, como éste, al ser-
vicio de funciones de coordinación igualmente importantes. La
inmunología clásica ve al sistema inmunológico como el sistema
de defensas del cuerpo, dirigido hacia el exterior y descrito a me-
nudo con términos y metáforas militares: ejércitos de glóbulos
blancos, generales, soldados, etc. Los recientes descubrimientos
de Francisco Varela y sus colegas en la Universidad de París com-
prometen seriamente estos conceptos. De hecho, algunos in-
vestigadores empiezan a ver la visión clásica con sus metáforas
militares como uno de los principales pilares que se han de-
rrumbado en nuestra comprensión de las enfermedades autoin-
munes como el sida.
En lugar de estar concentrado e interconectado a través de es-
tructuras anatómicas como el sistema nervioso, el sistema inmu-
nológico se halla disperso en el fluido linfático, penetrando abso-
lutamente en todos los tejidos. Sus componentes -una clase de
células llamadas linfocitos y conocidas comúnmente como gló-
bulos blancos- circulan con gran rapidez y enlazan químicamen-
te unos con otros. Los linfocitos son un grupo de células muy
diverso. Cada tipo se distingue por indicadores moleculares espe-
cíficos llamados «anticuerpos», que sobresalen de sus superfi-
cies. El cuerpo humano contiene miles de millones de tipos dis-
tintos de glóbulos blancos, con enorme capacidad todos ellos
para enlazar químicamente con cualquier perfil molecular del
entorno.

Según la inmunología clásica, cuando los linfocitos identifi-
can un agente invasor, los anticuerpos se adhieren a él neutrali-
zándolo. Esta secuencia implica que los glóbulos blancos recono-
cen perfiles moleculares ajenos al organismo. Un examen más
atento demuestra que también implica alguna forma de aprendi-
zaje y memoria. En inmunología clásica, no obstante, estos tér-
minos se utilizan puramente de forma metafórica, sin dejar espa-
cio para ningún auténtico proceso cognitivo.

La investigación reciente ha demostrado que bajo condicio-
nes normales, los anticuerpos que circulan por el cuerpo enlazan
con muchos (sino todos) tipos de células, incluyéndose a sí mis-
mos. Todo el sistema se parece mucho más a una red, a personas
hablando unas con otras, que a soldados a la caza del enemigo.

Los inmunólogos se han visto forzados a modificar gradualmente
su percepción desde un sistema inmunológico a una red inmuno-
lógica.

Este cambio de percepción presenta un gran problema a la vi-
sión convencional. Si el sistema inmunológico es una red cuyos
componentes enlazan unos con otros y si los anticuerpos están
para eliminar aquello con lo que se enlazan, deberíamos estarnos
destruyendo. Obviamente no lo estamos haciendo. El sistema in-
munológico parece ser capaz de distinguir entre sus propias cé-
lulas sanguíneas y los elementos extraños, entre «sí mismo» y
«no-sí mismo». Pero puesto que desde la visión clásica el recono-
cimiento por un anticuerpo de un agente extraño comporta su
enlace químico con él y en consecuencia su neutralización, sigue
siendo un misterio cómo el sistema inmunológico puede recono-
cer sus propias células sin neutralizarlas, es decir, destruirlas
funcionalmente.

Más aún, desde el punto de vista tradicional, un sistema in-
munológico se desarrollará sólo cuando existan estímulos exte-
riores a los que deba responder. Si no hay un ataque, no se ge-
nerarán anticuerpos. Experimentos recientes han demostrado,
no obstante, que incluso animales completamente aislados y
protegidos de agentes patógenos desarrollan sistemas inmuno-
lógicos completos. Ello resulta lógico desde la nueva visión,
puesto que la función primordial del sistema inmunológico no
es la respuesta a desafíos exteriores, sino su propia relación in-
terna.

Varela y sus colegas argumentan que el sistema inmunológico
debe ser entendido como una red cognitiva autónoma, responsa-
ble de la «identidad molecular» del cuerpo. Interactuando entre
sí y con las demás células del cuerpo, los linfocitos regulan cons-
tantemente el número de células y sus perfiles moleculares. Más
que reaccionar meramente ante agentes externos, el sistema in-
munológico desarrolla la importante función de regular el reper-
torio celular y molecular del organismo. Como explican Francis-
co Varela y el inmunólogo Antonio Coutinho: «La danza mutua
entre el sistema inmunológico y el cuerpo... le permite a éste te-
ner una identidad cambiante y plástica a través de su vida y sus
múltiples encuentros.»

Desde la perspectiva de la teoría de Santiago, la actividad cog-
nitiva del sistema inmunológico resulta de su acoplamiento es-
tructural con el entorno. Cuando entran en el cuerpo moléculas
extrañas, perturban la red inmunológica desencadenando cam-
bios estructurales. La respuesta correspondiente no es la destruc-
ción automática de las moléculas invasoras, sino la regulación de
sus niveles dentro del contexto de las demás actividades regula-
doras del sistema. La respuesta variará y dependerá de la totali-
dad del contexto de la red.

Cuando los inmunólogos inyectan grandes cantidades de
agentes extraños en un cuerpo, como hacen en los experimentos
típicos con animales, el sistema inmunológico reacciona con la
respuesta defensiva masiva descrita en la teoría convencional. No
obstante, como señalan Varela y Coutinho, ésta es una situación
de laboratorio completamente artificial. En su entorno natural,
un animal no recibe normalmente dosis masivas de substancias
perjudiciales. Las pequeñas dosis que entran en su organismo
son incorporadas naturalmente a las actividades reguladoras en
curso en su red inmunológica.

Con esta comprensión del sistema inmunológico como una
red cognitiva, autoorganizadora y autorreguladora, el rompeca-
bezas de la distinción entre sí mismo y no-sí mismo queda fácil-
mente resuelto. El sistema inmunológico simplemente ni distin-
gue ni necesita distinguir entre células del propio cuerpo y
agentes extraños, puesto que ambos están sujetos a los mismos
procesos reguladores. No obstante, cuando los agentes invasores
son tan masivos que no pueden ser incorporados en la red de re-
gulación, como es el caso en las infecciones, se desencadenan en
el sistema inmunológico mecanismos específicos que desembo-
can en una respuesta defensiva.

La investigación ha demostrado que esta respuesta inmuno-
lógica bien conocida incluye mecanismos cuasiautomáticos con
gran independencia de las actividades cognitivas de la red. La
inmunología se ha ocupado tradicionalmente de modo casi ex-
clusivo de esta actividad inmunológica «refleja». Esta reducción
equivale a limitar el estudio del cerebro al de los reflejos. La ac-
tividad inmunológica defensiva es sin duda muy importante,
pero desde la nueva perspectiva es un efecto secundario de la
actividad principal cognitiva del sistema inmunológico, que no
es otra que el mantenimiento de la identidad molecular del
cuerpo.

El campo de la inmunología cognitiva se halla aún en sus ini-
cios y las propiedades autoorganizadoras de las redes inmunoló-
gicas no están ni con mucho bien entendidas aún. No obstante,
algunos de los científicos involucrados en dicho campo de inves-
tigación en crecimiento, han empezado ya a especular con apa-
sionantes aplicaciones clínicas en el tratamiento de enfermeda-
des autoinmunes. Las estrategias terapéuticas futuras podrían
basarse en la comprensión de que dichas enfermedades reflejan
un fallo en la operación cognitiva de la red inmunológica y po-
drían incorporar técnicas novedosas, diseñadas para reforzar la
red estimulando su conectividad.

Estas técnicas, no obstante, requerirán una comprensión
mucho más profunda de la rica dinámica de las redes inmunoló-
gicas antes de que puedan ser aplicadas con eficacia. A largo pla-
zo, los descubrimientos en inmunología cognitiva prometen ser
de tremenda importancia para todo el campo de la salud y la cu-
ración. En opinión de Varela, una visión psicosomática («mente-
cuerpo») sofisticada de la salud no podrá desarrollarse hasta que
comprendamos a los sistemas nervioso e inmunológico como
dos sistemas cognitivos interactivos, dos «cerebros» en constan-
te diálogo.

UNA RED PSICOSOMÁTICA

Un eslabón crucial para este escenario apareció a mediados de
los ochenta de la mano de la neurocientífica Candace Pert y sus
colegas en el Instituto de Salud Mental de Maryland. Estos inves-
tigadores identificaron a un grupo de moléculas llamadas pépti-
dos* como los mensajeros moleculares que facilitan la conversa-
ción entre los sistemas nervioso e inmunológico. De hecho, Pert y
sus colegas descubrieron que estos mensajeros interconectan tres
sistemas distintos -el nervioso, el inmunológico y el endocrino-
en una sola red.

En la visión tradicional, estos tres sistemas están separados y
tienen funciones distintas. El sistema nervioso, consistente en el
cerebro y una red de células nerviosas a través del cuerpo, es la
sede de la memoria, el pensamiento y la emoción. El sistema en-
docrino, consistente en las glándulas y las hormonas, es el siste-
ma regulador principal del cuerpo, que controla e integra varias
funciones corporales. El sistema inmunológico, consistente en el
bazo, la médula ósea, los ganglios linfáticos y las células inmuno-
lógicas que circulan por el cuerpo, es el sistema defensivo de éste,
responsable de la integridad y de los mecanismos de la curación
de heridas y la restauración de tejidos.

* Péptido: nombre genérico de un numeroso grupo de compuestos nitro-
genados formados por concatenación de dos o más aminoácidos, con enlaces
caracterizados por la presencia del grupo CONH. (N. del T.)

De acuerdo con esta separación, los tres sistemas se estudian
en tres disciplinas separadas: neurociencia, endocrinología e in-
munología. No obstante, la investigación reciente sobre péptidos
demuestra que estas separaciones conceptuales son meros artifi-
cios históricos que no pueden ser mantenidos por más tiempo.
Según Candace Pert, los tres sistemas deben verse como partes de
una misma red psicosomática.

Los péptidos, una familia de 60 o 70 macromoléculas, fueron
estudiados originalmente en otros contextos y recibieron diver-
sos nombres: hormonas, neurotransmisores, endorfinas, facto-
res del crecimiento, etc. Se necesitan muchos años para com-
prender que se trataba de miembros de una misma familia de
mensajeros moleculares. Estos mensajeros son cortas cadenas
de aminoácidos que se ligan a los receptores específicos que exis-
ten en abundancia en la superficie de todas las células del cuer-
po. Al interconectar células inmunológicas, glándulas y cerebro,
los péptidos forman una red psicosomática que se extiende por
todo el organismo. Los péptidos son la manifestación bioquí-
mica de las emociones, juegan un papel crucial en la coordi-
nación de las actividades del sistema inmunológico, integrando
e interconectando las actividades mentales, emocionales y bioló-
gicas.
A principios de los años ochenta, se inició un cambio de per-
cepción espectacular con el polémico descubrimiento de que
ciertas hormonas, que se suponían producidas por glándulas, son
en realidad péptidos producidos y almacenados también en el ce-
rebro. A la inversa, los científicos descubrieron que un tipo de
neurotransmisores llamados endorfinas, que se suponían produ-
cidas por el cerebro, lo eran también por las células inmunológi-
cas. A medida que se identificaban más y más receptores de pép-
tidos, resultó que prácticamente todos los conocidos se producen
en el cerebro y en otras partes del cuerpo. Esto hizo declarar a
Candace Pert: «No soy ya capaz de establecer una clara distinción
entre el cerebro y el resto del cuerpo.»

En el sistema nervioso, los péptidos son producidos por las
células nerviosas, viajando después por los axones* o neuritas
(las largas ramas de dichas células) hasta almacenarse en el fon-
do en pequeñas esferas, donde esperan que las señales adecuadas
los liberen. Estos péptidos juegan un papel vital en las comunica-
ciones a través del sistema nervioso. Tradicionalmente se creía
que la transferencia de todos los impulsos nerviosos ocurría a
través de los espacios entre células nerviosas adyacentes, deno-
minados «sinapsis».* En realidad, este mecanismo ha resultado
ser de menor importancia, quedando limitado principalmente a
la contracción muscular. La mayoría de las señales procedentes
del cerebro son transmitidas por péptidos emitidos por células
nerviosas. Al acoplarse a receptores más allá de la célula en la que
se originaron, estos péptidos actúan no sólo a través de todo el
sistema nervioso, sino también en otras partes del cuerpo.
* Axón: extensión protoplasmática neuronal única que habitualmente es
capaz de conducir un impulso nervioso. (N. del T.)

En el sistema inmunológico, los glóbulos blancos no sólo tie-
nen receptores para todos los péptidos, sino que también los pro-
ducen. Los péptidos controlan los patrones de migración de las
células inmunológicas y todas sus funciones vitales. Este descu-
brimiento, al igual que los de la inmunología cognitiva, es sus-
ceptible de generar apasionantes aplicaciones terapéuticas. De
hecho, Pert y su equipo han desarrollado recientemente un nuevo
tratamiento para el sida, denominado Péptido T, muy promete-
dor. Los científicos parten de la hipótesis de que el sida tiene
sus raíces en una interrupción de la comunicación por péptidos.
Descubrieron que el virus HI entra en las células a través de re-
ceptores péptidos específicos interfiriendo las funciones de toda
la red, por lo que diseñaron un péptido protector que enlaza con
dichos receptores bloqueando la acción del virus. Los péptidos se
producen naturalmente en el cuerpo, pero pueden también ser
diseñados y sintetizados. El péptido T imita la acción de un pépti-
do de origen natural siendo por tanto completamente atóxico, en
contraste con todas las demás medicaciones para el sida. El fár-
maco está siendo en la actualidad sometido a pruebas clínicas.
En caso de resultar efectivo, podría tener un impacto revolucio-
nario en el tratamiento del sida.

Otro aspecto fascinante de la recientemente reconocida red
psicosomática es el descubrimiento de que los péptidos son la
manifestación bioquímica de las emociones. La mayoría de los
péptidos -sino su totalidad- alteran el comportamiento y el esta-
do de ánimo y los científicos empiezan a trabajar con la hipótesis
de que cada péptido pueda evocar un determinado «tono» emo-

cional. Todo el grupo de 60 o 70 péptidos podría constituir un
lenguaje bioquímico universal para las emociones.

* Sinapsis: punto de contacto estrecho de dos neuronas, habitualmente
entre el axón de una neurona y las dentritas o cuerpo celular de otra. (N. del T.)

Tradicionalmente, los neurocientífícos han asociado las emo-
ciones con áreas específicas del cerebro, principalmente con el
sistema límbico. Lo cual es ciertamente correcto puesto que el
sistema límbico resulta estar altamente enriquecido con pépti-
dos. No obstante, no es la única parte del cuerpo donde se con-
centran receptores péptidos. Todo el intestino, por ejemplo, está
cargado de ellos. Ésta es la razón por la que nos referimos a «sen-
timientos viscerales». Sentimos literalmente nuestras emociones
en nuestras entrañas.

Si es cierto que cada péptido mediatiza un determinado esta-
do emocional, ello significaría que todas las percepciones senso-
riales, todos los pensamientos y de hecho todas las funciones cor-
porales estarían teñidas por las emociones, puesto que en todas
ellas intervienen los péptidos. En realidad, los científicos han
descubierto que los puntos nodales del sistema nervioso central,
que conectan los órganos sensoriales con el cerebro, están carga-
dos de receptores péptidos que filtran y dan prioridad a las per-
cepciones sensoriales. Dicho de otro modo, todas nuestras per-
cepciones y pensamientos están teñidos por las emociones. Esta
afirmación, por supuesto, pertenece también a la experiencia
común.

El descubrimiento de esta red psicosomática implica que,
contrariamente a lo que se creía, el sistema nervioso no está es-
tructurado jerárquicamente. Como dice Candace Pert: «Los gló-
bulos blancos son partes de cerebro que flotan por el cuerpo.»
En última instancia ello implica que la cognición es un fenómeno
que se expande por el organismo, operando a través de una in-
trincada red química de péptidos que integra nuestras activida-
des mentales, emocionales y biológicas.

 SABER QUE SABEMOS

La identificación de la cognición con todo el proceso de la
vida -incluyendo percepciones, emociones y comportamiento- y
su comprensión como un proceso que no comporta transferencia
de información ni representaciones mentales de un mundo exter-
no, requieren una radical ampliación de nuestros marcos con-
ceptuales científicos y filosóficos. Una de las razones por las que
esta nueva visión de mente y cognición resulta tan difícil de acep-
tar, es que va en contra de nuestra intuición y experiencia cotidia-
nas. Como humanos, utilizamos frecuentemente el concepto de
información y hacemos constantemente representaciones men-
tales de las personas y objetos que nos rodean.

No obstante, éstas son características específicas de la cog-
nición humana que resultan de nuestra capacidad de abstrac-
ción, aspecto fundamental de la consciencia humana. Para una
completa comprensión del proceso general de cognición en los
sistemas vivos es importante entender cómo la consciencia hu-
mana, con su pensamiento abstracto y sus conceptos simbóli-
cos, emerge del proceso cognitivo común a todos los organismos
vivos.

En las siguientes páginas utilizaré el término «consciencia»
para describir un nivel de mente o cognición caracterizado por el
conocimiento de sí mismo. El conocimiento del entorno, según la
teoría de Santiago, es una propiedad común a todos los niveles de
vida.

El autoconocimiento, por lo que sabemos, se da únicamente
en los animales superiores, manifestándose en toda su plenitud
en la mente humana. Como humanos, no sólo somos conscientes
de nuestro entorno, sino de nosotros mismos y de nuestro mundo
interior. En otras palabras, somos conscientes de que somos
conscientes. No sólo sabemos, sino que sabemos que sabemos.

Es esta capacidad especial de autoconocimiento a la que me refe-
riré con el término «consciencia».

LENGUAJE Y COMUNICACIÓN

En la teoría de Santiago, el autoconocimiento se contempla
como íntimamente ligado al lenguaje y su comprensión se plan-
tea desde un cuidadoso análisis de la comunicación. Humberto
Maturana ha sido el pionero de este enfoque de la comprensión
de la consciencia.

Según Maturana, la comunicación no es transmisión de in-
formación, sino más bien una coordinación de comportamiento
entre organismos vivos a través del acoplamiento estructural
mutuo. Esta coordinación mutua del comportamiento es la ca-
racterística fundamental de la comunicación en todos los or-
ganismos vivos con o sin sistema nervioso, siendo mayores su
sutileza y su exquisitez a medida que aumenta el grado de com-
plejidad de éste.

El canto de los pájaros es una de las más bellas formas de co-
municación no humana, que Maturana ilustra con el ejemplo de
una determinada canción de reclamo utilizada por unos papaga-
yos africanos. Estos pájaros viven a menudo en espesas junglas,
con posibilidad prácticamente nula de establecer contacto visual.
En semejante medio, se forman parejas de papagayos que coordi-
nan su ritual de apareamiento produciendo una canción común.
A un oyente casual le puede parecer que cada pájaro está cantan-
do una melodía completa, pero una observación más atenta de-
muestra que dicha melodía es en realidad un dúo en el que ambos
pájaros se explayan alternativamente sobre las frases melódicas
del otro.

Cada pareja desarrolla su propia e irrepetible melodía, que no
pasará a su descendencia. En cada generación, nuevas parejas
producirán sus propias melodías características en sus rituales
de apareamiento. En palabras de Maturana:

En este caso (a diferencia de muchos otros pájaros), esta co-
municación, esta coordinación conductual del canto, es neta-
mente ontogénica (es decir, de desarrollo) (...). Lo que queremos
resaltar en este ejemplo es que la melodía particular de cada pa-
reja será única para su historia de acoplamiento.

Éste es un claro y bello ejemplo de la observación de Matura-
na de que la comunicación es esencial para la coordinación del
comportamiento. En otros casos podemos sentirnos tentados a
describir la comunicación en términos más semánticos, es decir,
como un intercambio de información dotado de algún significa-
do. Según Maturana, no obstante, tales descripciones semánticas
no son más que proyecciones del observador humano. En reali-
dad, la coordinación del comportamiento queda determinada no
por el significado, sino por la dinámica del acoplamiento estruc-
tural.

El comportamiento animal puede ser innato («instintivo») o
aprendido. Consecuentemente, podemos distinguir entre comu-
nicación instintiva y aprendida. Maturana denomina «lingüísti-
co» al comportamiento comunicativo aprendido. Si bien no llega
a ser lenguaje, comparte con éste el rasgo característico de que la
misma coordinación de comportamiento puede ser alcanzada
desde distintos tipos de interacción. Al igual que distintos lengua-
jes en la comunicación humana, distintos tipos de acoplamiento
estructural, aprendidos a lo largo de caminos de desarrollo dis-
tintos, pueden resultar en la misma coordinación de comporta-
miento. En realidad, desde el punto de vista de Maturana, dicho
comportamiento lingüístico constituye la base para el lenguaje.

La comunicación lingüística requiere un sistema nervioso de
considerable complejidad, puesto que comporta una buena dosis
de aprendizaje complejo. Cuando las abejas, por ejemplo, se indi-
can unas a otras la localización de determinadas flores bailando
intrincados patrones, estas danzas están basadas en un compor-
tamiento en parte instintivo y en parte aprendido. Los aspectos
lingüísticos (o aprendidos) del baile son específicos del contexto
y de la historia social de la colmena. Por decirlo de algún modo,
abejas de distintas colmenas danzan en diferentes «dialectos».

Incluso formas muy sofisticadas de comunicación lingüística,
como el llamado lenguaje de las abejas, no son aún lenguaje. De
acuerdo con Maturana, el lenguaje emerge cuando hay comuni-
cación sobre la comunicación. En otras palabras, el proceso de
«lenguajeo»,* como Maturana lo denomina, tiene lugar cuando
existe una coordinación de las coordinaciones de comportamien-

to. Maturana gusta de ilustrar este significado de lenguaje con
una hipotética comunicación entre una gata y su amo.

* Ver capítulo 9. El término languaging devino muy popular en el curso
Capra-94 del Schumacher College y con independencia de su vertiente cientí-
fica novedosa, era utilizado jocosamente entre los alumnos cada vez que al-
guno de los numerosos no angloparlantes presentes cometía algún desliz lin-
güístico. (N. del T.)

Supongamos que cada mañana la gata maulla y corre hacia la
nevera. La sigo, saco la botella de leche, le pongo un poco en un
bol y se la toma. Esto es comunicación: una coordinación de com-
portamiento mediante interacciones mutuas recurrentes, o aco-
plamiento estructural mutuo. Supongamos ahora que una maña-
na no sigo a la gata porque sé que no queda leche en la nevera. Si el
animal fuese capaz de comunicarme algo así como: «¡Hey!, he
maullado ya tres veces, ¿dónde está mi leche?», esto sería lengua-
je. La referencia a sus maullidos precedentes constituiría una co-
municación sobre otra comunicación y por tanto, según la defini-
ción de Maturana, tendría la calificación de lenguaje.

Los gatos no pueden usar lenguaje en este sentido, pero los
grandes simios pueden muy bien ser capaces de ello. En una serie
de experimentos bien conocidos, psicólogos americanos demos-
traron que los chimpancés pueden no sólo aprender muchos sig-
nos de un lenguaje, sino también combinarlos para crear nuevas
expresiones.4 Una hembra llamada Lucy inventó varias combina-
ciones de signos: «fruta-bebida» para melón, «comida-llorar-
fuerte» para rábano y «abrir-beber-comer» para nevera.

Un día, al ver que sus «parientes» humanos se preparaban
para irse, Lucy se disgustó mucho y dibujó «Lucy-llorar». Al ha-
cer esta afirmación sobre su llanto, evidentemente comunicaba
algo sobre una comunicación. «Nos parece», escribieron Matura-
na y Varela, «que en este punto, Lucy está "lenguajeando".»

Si bien algunos primates parecen tener el potencial para co-
municar en lenguaje de signos, su ámbito lingüístico es extrema-
damente limitado y no llega ni de lejos a la riqueza del lenguaje
humano. En éste se abre un vasto espacio en el que las palabras
sirven como señales para la coordinación lingüística de acciones
y son también utilizadas para crear la noción de objetos. En un
picnic, por ejemplo, podemos utilizar palabras como distinciones
lingüísticas para coordinar nuestras acciones de poner un mantel
y comida sobre el tronco de un árbol talado. Podemos además re-
ferirnos a estas distinciones lingüísticas (en otras palabras, esta-
blecer una distinción de distinciones) utilizando la palabra
«mesa» y dando así a luz un objeto.

Los objetos son, según Maturana, distinciones lingüísticas de
distinciones lingüísticas. Una vez que tenemos objetos, podemos
crear conceptos abstractos -por ejemplo, la altura de la mesa-,
estableciendo distinciones de distinciones de distinciones y así
sucesivamente. En terminología de Bateson, podríamos decir
que con el lenguaje humano aparece toda una jerarquía de mode-
los lógicos.

LENGUAJEO

Nuestras distinciones lingüísticas, además, no están aisladas
sino que existen «en la red de acoplamientos estructurales que te-
jemos continuamente mediante [el lenguajeo]». El significado
emerge como un patrón de relaciones entre estas distinciones lin-
güísticas, de modo que existimos en un «territorio semántico»
creado por nuestro lenguajeo. Finalmente, la autoconsciencia
surge cuando para describirnos a nosotros mismos utilizamos la
noción de un objeto y sus conceptos abstractos asociados. De este
modo el ámbito lingüístico de los seres humanos se expande has-
ta incluir la reflexión y la consciencia.

La unicidad del ser humano radica en su capacidad de tejer
continuamente la red lingüística en la que está inmerso. Ser hu-
mano es existir en lenguaje. Mediante el lenguaje coordinamos
nuestro comportamiento y juntos mediante el lenguaje damos a
luz a nuestro mundo. «El mundo que todos vemos», dicen Matu-
rana y Varela, «no es el mundo, sino un mundo, alumbrado por
todos nosotros.»» Este mundo humano incluye en su centro nues-
tro mundo interior de pensamiento abstracto, conceptos, símbo-
los, representaciones mentales y autoconsciencia. Ser humano es
estar dotado de consciencia reflexiva: «Al saber que sabemos, nos
damos a luz a nosotros mismos.»

En la conversación humana, nuestro mundo interior de ideas
y conceptos, nuestras emociones y nuestros movimientos corpo-
rales, se entremezclan estrechamente en una compleja coreogra-
fía de coordinación de comportamiento. El análisis de filmacio-
nes demuestra que cada conversación comprende una danza
sutil y casi totalmente inconsciente, en la que la secuencia deta-
llada de los patrones hablados está minuciosamente sincroni-
zada no sólo con los pequeños movimientos del cuerpo del que
habla, sino también con los movimientos correspondientes del
que escucha. Ambos participantes se hallan unidos en esta preci-
sa secuencia sincronizada de movimientos rítmicos y la coordi-
nación lingüística de sus gestos mutuamente provocados, perdu-
rará mientras prosiga su conversación.

La teoría de cognición de Maturana difiere fundamentalmen-
te del resto por su énfasis en el lenguaje y la comunicación. Desde
la perspectiva de la teoría de Santiago, los intentos actualmente
en boga de explicar la consciencia humana en términos de efec-
tos cuánticos en el cerebro o de otros procesos neuro fisiológicos,
están condenados al fracaso. La autoconsciencia y el despliegue
de nuestro mundo interior de ideas y conceptos, no sólo son inac-
cesibles a explicaciones en términos de física o química, sino que
ni siquiera pueden ser entendidos desde la biología o la psicolo-
gía de un organismo aislado. Según Maturana, sólo podemos
comprender la consciencia humana a través del lenguaje y de
todo el contexto social en el que éste está inmerso. Como su raíz
latina (con-scire: «saber juntos») parece indicar, la consciencia es
esencialmente un fenómeno social.

Resulta también instructivo comparar la noción de dar a luz a
un mundo, con el antiguo concepto indio de maya. El significado
original de maya en la mitología primitiva hindú es el «poder má-
gico creativo» por el que el mundo es creado en la obra divina de
Brahmán.\ \ La miríada de formas que percibimos están en su to-
talidad alumbradas por el divino actor y mago, siendo karma, que
significa literalmente «acción», la fuerza dinámica de la obra.

Con el paso de los siglos, la palabra maya -uno de los términos
más importantes de la filosofía hindú- cambió de significado. De
representar el poder creativo de Brahmán, pasó a significar el es-
tado psicológico de todo aquel que se halla bajo el hechizo de la
magia de la obra. Si confundimos las formas materiales de la obra
con la realidad objetiva sin percibir la unidad de Brahmán subya-
cente en todas ellas, estamos bajo el hechizo de maya.

El hinduismo niega la existencia de una realidad objetiva.
Como en la teoría de Santiago, los objetos que percibimos son
alumbrados mediante la acción. No obstante, el proceso de alum-
bramiento de un mundo ocurre en una escala cósmica más que
en el nivel humano de cognición. Para la mitología hindú, el
mundo alumbrado no es un mundo específico para una sociedad
humana determinada vinculada por un lenguaje y una cultura,
sino el mundo de la divina obra mágica que nos mantiene a todos
bajo su hechizo.

ESTADOS PRIMARIOS DE CONSCIENCIA

En los últimos años. Francisco Varela ha dado otro enfoque a
la consciencia, que espera que pueda añadir una dimensión adi-
cional a la teoría de Maturana. Su hipótesis básica es que existe
una forma de consciencia primaria en todos los vertebrados supe-
riores que, sin llegar a ser autorreflexiva, sí incluye la experiencia
de un «espacio mental unitario» o «estado mental».

Numerosos experimentos recientes con animales y seres hu-
manos han demostrado que este espacio mental, a pesar de estar
compuesto por múltiples dimensiones -en otras palabras, creado
por diversas funciones cerebrales-, constituye una única expe-
riencia coherente. Cuando el olor de un perfume, por ejemplo,
evoca en nosotros una sensación de placer o de disgusto, experi-
mentamos un estado mental único y coherente, compuesto de
percepciones sensoriales, memorias y emociones. La experiencia
no es constante, como sabemos muy bien, e incluso puede ser ex-
tremadamente corta. Los estados mentales son transitorios, apa-
recen y desaparecen continuamente. No obstante, no parece po-
sible experimentarlos fuera de un determinado espacio finito de
duración. Otra observación importante es que el estado experi-
mental está siempre «corporeizado», es decir, inmerso en un de-
terminado campo de sensación. De hecho, la mayoría de estados
mentales parecen estar bajo el influjo de una sensación predomi-
nante que tiñe toda la experiencia.

Varela ha publicado recientemente un trabajo en el que ade-
lanta su hipótesis básica y propone un mecanismo neuronal espe-
cífico para la constitución de estados primarios de consciencia en
todos los vertebrados superiores. La idea central es que los esta-
dos experienciales transitorios están creados por un fenómeno de
resonancia conocido como «bloqueo de fases», en el que distintas
regiones del cerebro se encuentran interconectadas de tal modo
que sus neuronas se «encienden» sincrónicamente. Median-
te esta sincronización de la actividad neuronal se forman «asam-
bleas celulares» temporales, que pueden consistir en circuitos
neuronales ampliamente dispersos.

Según la hipótesis de Varela, cada experiencia cognitiva se
basa en una asamblea celular específica en la que múltiples acti-
vidades neuronales -asociadas a la percepción sensorial, a las
emociones, la memoria, los movimientos corporales, etc.- se
unifican en un conjunto transitorio pero coherente de neuronas
oscilantes. El hecho de que los circuitos neuronales tienden a os-
cilar rítmicamente es bien conocido por los neurocientíficos e
investigaciones recientes han demostrado que estas oscilaciones
no están restringidas al córtex, sino que se dan en varios niveles
del sistema nervioso.

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Las imágenes no pertenecen al texto original (nota del editor).