Los mitos de la malaria con relación al cambio climático.



Profesor Paul Reiter. Instituto Pasteur, París, Francia. 

Al cambio climático se le imputa un rango muy amplio de desastres medioambientales y de salud pública. Se disputa el primer lugar de esa lista, la idea de que el cambio climático propicia la malaria y otras enfermedades transmitidas por mosquitos, y que este aumento será catastrófico en los años venideros.

Para el lego, este concepto es convincente porque es intuitivo: la malaria es endémica en las zonas cálidas del planeta, por lo tanto si el mundo se calienta, la enfermedad aumentará.

No es así para el científico. La epidemiología de la enfermedad es extremadamente compleja, y los factores dominantes son la ecología y el comportamiento tanto de los humanos como de los mosquitos.

Mitos comunes

Los alarmistas han esparcido tres mitos comunes que no tienen fundamento en la evidencia histórica o científica.

El primero, que empezó a circular a comienzos de los noventa, es que las infecciones ‘tropicales’, especialmente la malaria, se están desplazando hacia mayores latitudes a medida que aumenta la temperatura global.

No es así: los registros históricos muestran que la malaria ya estaba ampliamente extendida en regiones templadas - en lugares tan lejanos como Escandinavia - y sobrevivió incluso durante los años más fríos de la Pequeña Edad del Hielo.

Además, en muchas partes de Europa y América del Norte la enfermedad comenzó a disminuir rápidamente a mediados del siglo diecinueve, precisamente cuando las temperaturas globales comenzaron a aumentar. Este declive se debió a complejos cambios en la ecología rural y en las condiciones de vida vinculadas con la industrialización, lo que incluyó el despoblamiento del campo, la aparición de nuevos cultivos y prácticas agrícolas, el drenaje, el mejoramiento en las estructuras de las construcciones, un mejor cuidado de la salud y una caída sustancial en el precio de la quinina.

Otro mito es que la enfermedad se está desplazando a mayores alturas. Al Gore, ex vicepresidente de los Estados Unidos y protagonista de una fuerte campaña sobre el cambio climático, ha dicho reiteradamente: “debido al calentamiento global, (los mosquitos) están ahora viajando a lugares donde nunca habían vivido antes. Por ejemplo, en África, la ciudad de Nairobi... solía estar por encima de la línea del mosquito (el punto más alto donde pueden vivir los mosquitos)...”

No es así: Nairobi está a 1680 metros sobre el nivel del mar. No obstante, hasta mediados de los cincuenta, la epidemia de malaria era un serio problema en altitudes por encima de los 2450 metros.

De hecho, en 1927 el gobierno colonial asignó £40,000, equivalentes a aproximadamente US$ 1.2 millones de hoy, para el control de la malaria en Nairobi y las tierras altas circundantes.

La malaria en las tierras altas fue derrotada en los años cincuenta gracias a la aplicación efectiva del insecticida DDT. Las campañas de control ya han cesado y hay una resistencia generalizada a los medicamentos contra la malaria. Por estas y otras razones, la enfermedad está retornando, pero este regreso no tiene nada que ver con el clima.

El tercer mito es que el cambio climático ya está causando un aumento de la malaria en el África subsahariana, y hay predicciones insensatas en el sentido de que millones, decenas de millones, acaso cientos de millones de personas contraerán la enfermedad a medida que las temperaturas aumenten.

Esto es ingenuo. En gran parte de la región, el clima ya es bien adecuado para la transmisión, la enfermedad es endémica y ubicua, y en muchos casos la gente ya está expuesta a numerosas picaduras de mosquitos infectados cada año. No se puede agregar agua a un vaso que ya está lleno.

La malaria es verdaderamente un problema funesto para el África subsahariana. Pero, nuevamente, las fuerzas que la impulsan son económicas, ecológicas y sociales: incluyen el crecimiento poblacional, el aumento en el desplazamiento de las personas, la deforestación (que crea condiciones ideales para los mosquitos de la malaria), la irrigación, el deterioro de la infraestructura de salud (acelerada por los estragos del VIH/SIDA), la resistencia a los medicamentos, y la guerra y los disturbios civiles. Por encima de todo esto, el detonante es la pobreza.

Los motivos de la manipulación

¿Cómo han surgido estos mitos?

En gran parte son resultado de una tendencia en aumento de los activistas políticos que usan el ‘gran discurso’ científico para manipular a la opinión pública con pronunciamientos ‘científicos’ emotivos y fuertemente críticos.

Estos activistas legitiman su causa mediante la publicación de artículos de opinión en revistas especializadas y citando libremente a los demás, mientras en esencia ignoran la corriente científica.

Menos de una docena de autores dominan esta práctica en el campo de la salud pública. Casi ninguno es científico y no obstante, son los autores principales de relevantes capítulos en la Evaluación de Informes publicada por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Los científicos legítimos que tratan de contrarrestar sus declaraciones son ignorados e incluso, denunciados como una pequeña minoría de ‘escépticos’, títeres pagados por la industria petrolera.

La genuina preocupación por la humanidad y el medioambiente exige la investigación, la exactitud y el escepticismo de la ciencia auténtica. Sin ello, el público se vuelve vulnerable al abuso. Las actividades humanas pueden estar afectando el clima global, pero una verdadera perspectiva sobre el problema debe estar basada en la ciencia, no en la política.